miércoles, 29 de octubre de 2008

¿Emo, yo?

Lima, capital de la alienación, ha recibido, acogido y copiado últimamente un sin fin de modas y costumbres de otros países, creando así innumerables guetos improbables, de los cuales no me siento parte, no los encomio pero tampoco me causan animosidad.

Uno de estos grupos urbanos, quizá el más pintoresco, llamativo y popular, son los Emos: individuos que se caracterizan por sus ideas mustias y su carácter parco, además, claro, por andar vestidos de negro –hasta en la canícula, por Dios- y tener ese peinadillo con raya al costado y cubriéndoles un ojo.

Nada contra ellos, tienen su vida, sus ideas y cada quien es dueño de su propia confusión. Sin embargo, me siento en la necesidad abrumadora de dejar en claro que yo no formo parte de esta secta de pintorescos personajes de carácter triste.

Toda la vida, desde que tengo vida propia y mamá dejó de someterme a la cruel humillación de mandarme al colegio con el cabello cortito y peinado con una raya horrorosa que rozaba mi oreja izquierda, he usado el pelo así, semi largo y con un cerquillo que me dibuja como un tontuelo –eso lo sé-, siempre me gustó andar así –y me gusta y me gustará-, pero desde la llegada de los emos, he pasado a formar parte involuntaria de dicho grupo, me he convertido en un representante de ellos en la universidad, en la calle, en mi casa, con mis amigos, en fiestas, en reuniones sociales, plazas y parques y en todos lados.

Al principio me causaba gracia, sonreía al escuchar que me preguntaban si yo era Emo o si lo afirmaban rotundamente, pero ahora, después de largo tiempo de paciencia –empresa que no me caracteriza-, ya me parece un comentario con mala leche y divorciado de la realidad.

Entonces, aprovecho la ocasión para decir: no soy emo, ¿ya? Llevo el cabello así porque me gusta y punto (claro que hacérselo entender a todo el mundo sería utópico), y dejo en claro también que no me cortaré la melena para evitar que me espeten esas diatribas infundadas que me suelen alcanzar algunos conocidos: Emo, emaso, emo-frustrado, los fans de megadeath te matan si te ven, etc.

Gracias por la comprensión y desde aquí un saludo a todos los emos que pululan afligidos y macilentos por nuestra Lima alienada, todo mi cariño y mi ferviente deseo por que sean ellos quienes cambien de look pronto, en la brevedad posible.

martes, 21 de octubre de 2008

Escenas piratas.

Es sábado por la tarde, he cerrado el libro que estaba leyendo la ultima hora y media. Me estiro malamente y luego quedo algo desorientado, no sé que hacer. De pronto siento que quiero ver una película o algo así, declino a la idea de ir al cine, más por flojera que por vergüenza a ir solo, decido finalmente ir al mercado cerca de mi casa y comprar alguna película en dvd pirata.

Cerca de la plaza del mercadillo pobretón de Magdalena encuentro un puesto-ambulante-furtivo atestadode cajas de dvds, tres pundonorosos muchachos atienden a cuatro gatos que atisban de soslayo los títulos improbables de las películas de moda. Me acerco al mostrador y un mofletudo joven se me pone en frente.
-¿si, chino, alguna peliculita? – me dice apurado.
-Sí, claro – le digo -. Tienes…- me quedo pensando en alguna película y no se me viene nada a la mente.
-Tengo todo chino – me informa el vendedor – Toma acá hay un catalogo de las películas que tenemos – añade y me alcanza un voluminoso álbum fotográfico.
Empiezo a otear lentamente las páginas del catálogo, figuran películas de moda y también algunas antiguas, ninguna me llama la atención. Mientras tanto, el gordo vendedor –que parece ser el dueño de la tienda- empieza a incentivar a sus trabajadores para que laboren más rápido, los palmotea, les dice: menudea oye, menudea; y a la vez él atiende a otros parroquianos que han arribado a su establecimiento ilícito.
-Cholo ¿tendrás la última de Ben Stiller? – Vocifera un cliente, un joven que se ha parado a mi lado.
-Por supuesto – dice el gordo -. Acá la teníamos antes de que la terminaran de filmar.
La mayoría de los reunidos suelta una risotada.
-A ver pruébala cholo, porque la vez pasada te pedí shrek y me diste un dvd musical de Cher.
Las risas se vuelven contundentes. El gordo prueba un dvd y confirma que la película es la de Ben Stiller. El joven cliente le extiende al gordo un billete de 20 soles, el gordo los recibe y le da algo más de 40 soles de vuelto.
-Estás regalón gordito – le dice el cliente -. Te pago con 20 y me das vuelto de 50.
El gordo hace un respingo y entra en cuenta de su confusión, sólo atina a rascarse la cabeza y contar su plata.
-Está bien que parezcas un equeco, pero no es para que andes regalando tu platita – dijo el honrado cliente. - ¿No me vas a agradecer? – añadió.
El gordo pasó por alto el honesto actuar de su cliente, viró hacia mí y me preguntó si ya había elegido alguna película.
-Bien mal agradecido eres cholo, ah – recriminó el joven honesto -. Ta que uno en el Perú no puede ser honrado caray.
El gordo, algo azorado, emprendió un balbuceo que traducido al castellano sería: Gracias, gracias flaco. Los demás vendedores permanecían riéndose viendo sonrojarse a su robusto patrón quien no tuvo mejor idea que extenderle la mano a individuo honrado en clara señal de agradecimiento.
-Ahí nomás, ahí nomás – dijo el cliente, apartándose un poco -. No seas confianzudo tampoco pues gordito. Tampoco me vas a venir a querer dar esa mano que te la habrás metido quién sabe donde.
La risa fue general, el gordo cabizbajo aceptó su derrota.
-Gordo, antes de irme – dijo el joven cliente -. ¿No tienes la nueva película peruana?
-No flaco – dice el mofletudo vendedor -. Sí la tenemos, pero para apoyar la producción nacional no la vendemos hasta que salga de cartelera.
El cliente honrado partió riéndose. Yo elegí una película algo prístina que me pareció interesante por la foto, el gordo en un acto mecánico sacó el dvd que le pedí de una gran caja, no le dije que me pruebe la película, ya había sufrido mucho el gordo, decidí confiar en él, sin saber que por buena gente regresaría horas más tarde a reclamarle por haberme vendido cualquier cosa menos lo que le pedí.

jueves, 16 de octubre de 2008

Los Simpson por acá.

Me pareció genial desde que me enteré. Un capítulo de los Simpson que se desarrolla aquí, en el Perú –que es súper-.

Recuerdo que hace un tiempo salió un peruano en los Simpson. Apareció durante algo más de un segundo –estableciendo un record en apariciones de peruanos en alguna serie americana, no contemos noticieros policiales que ahí somos protagonistas-, era un descendiente inca, con chuyo y poncho, y salía tocando una quena en un programa radial de música cultural que Lisa estaba escuchando. Me emocionó verlo.

Entonces, satisfecho porque apareció un peruano en los Simpson, ya me podía morir tranquilo, no me importaba que hubiera sido un cameo nada más, ahora me doy con la noticia de que la familia amarilla viene al Perú –conocido internacionalmente como Machu picchu o país del cebiche-. Mi reacción obviamente fue de emoción y expectativa por ver ese capítulo –aunque ya no me gusten los Simpson con las nuevas voces-.

Lo raro es que dicen que esta nueva aventura de Homero y los demás dejan no muy bien la honorabilidad del nuestro amado, sano y sagrado país. ¿Será?

Lo que sucede es que en cierta parte Marge que está buscando a Bart en la antigua ciudadela Inca, tiene una visión algo bizarra y logra charlar con un prístino guerrero y este le comenta que los antiguos peruanos eran muy mimados y sobreprotegidos por sus madres, lo que conllevó a que crecieran cobardes y por eso conquistarlos no requirió mucho esfuerzo.

Me parece que el tema se ha sobredimensionado y que hay una hiperestesia cultural, una sensibilidad –evitemos la palabra: resentimiento-. Fuera de esta escaramuza, la aparición de Machu Picchu en los Simpson es una muy buena publicidad, ¿por qué no? Algunos dirán: Pero Machu Picchu no necesita publicidad. Puede ser, pero yo sí necesito ver al Perú en los Simpson.

viernes, 10 de octubre de 2008

Infieles innatos.

Durante un rato de buena vagancia, cuando dilapidaba mi tiempo viendo tele –y para colmo canales peruanos-, vi en un noticiero un informe estremecedor, alarmante y bastante reflexivo, donde hablaban de algo así como que ahora la infidelidad tiene causa y razón de ser.

Se trata de un gen descubierto por el Instituto Karolinska de Estocolmo al que llaman Alelo 334. Entre otras cosas la reportera del noticiero, que narraba feliz la noticia -parecía que había descubierto porque le sacaron la vuelta tantas veces-, dijo que los hombres que son portadores de este condenable gen son inevitablemente infieles por naturaleza y lo serán, quieran o no, toda la vida.

Lo curioso es que este dichoso gen sólo se aloja, vive, nace, crece, revolotea, azuza y solivianta a los hombres, entiéndase mejor: a los varones, por ello, aferrándonos a esta afirmación, la pregunta cae por su propio peso: ¿Y las mujeres entonces por qué son infieles?

Quizá todo es un cuento inventado por algún científico en apuros, sin embargo por ahí leí que acá en Perú ya se están haciendo despistajes del alelo 334 por algo más de 500 soles, para todos los caballeros que, animados por sus esposas o novias, se ven en la necesidad de descartar que posean dicho gen, ¡cuidado!

Entonces ahora resulta que ser infiel tiene un soporte científico y que, no es que uno sea un veleidoso endemoniado o un lascivo que pretende entrar donde lo dejen, ¡no!, la culpa de todo la tiene ese gen que te fue inoculado de manera hereditaria. Es una excusa un poco tonta y algo jalada de los pelos, pero, ante una emergencia y para evitar un poco creible: yo no fui, fue alguien que se parecía a mí, puede resultar valida, nunca digas nunca.

lunes, 6 de octubre de 2008

Ciclo : X

Llegar al décimo ciclo de universidad puede significar para muchos una gran nostalgia por verse próximos a abandonar las aulas, los amigos y a los entrañables profesores. Significa para muchos, realizar los preparativos para la fiesta de graduación, tomarse fotos con toda la gente posible –incluidos personal de limpieza y vendedores de los quioscos- y preparar discursos de despedida para los amigos. Para mí estar en décimo no significa gran cosa.

En la universidad donde yo estudio, al llegar al último ciclo de la carrera de comunicaciones, ya no existen cursos ni exámenes, es decir, te olvidas de lengua 1, 2 y 3, seminario de investigación, antropología filosófica y demás fruslerías. Ya no tienes que estudiar para dar examen parcial ni final, suena bonito ¿no?, pero a cambio tienes que asistir todos los días vestido formalmente –terno o sastre- porque lo de ahora es un ejercicio, un ensayo, un simulacro de lo que harás cuando egreses.

Supuestamente tu comportamiento debe ser ahora el de un trabajador que asiste a su centro de labores, la universidad crea en uno de sus ambientes un cariz laboral, lleno de oficinas, donde los estudiantes se desenvuelven empleando todo lo aprendido en los años previos, distribuidos en grupos a los que llaman empresas.

Entonces, todo bonito, vas bien vestidito y peinadito –te conminan a cortarte el cabello si eres varón y lo llevas largo-, firmas tu entrada y tu salida, y te forman en equipos para trabajar. Es así que tus amigos se vuelven tus enemigos –porque ahora sus “empresas” compiten- y gente que nunca en tus 5 años de vida universitaria viste, se vuelven tu familia, porque los ves día y noche 5 días a la semana, por lo que finalmente terminan siendo tus enemigos también.

Nuestra querida universidad logra contagiar, rápidamente, a sus futuros egresados del espíritu empresarial, lo que implica sustituir los nombres por los apellidos a la hora de llamar a alguien, cambiar la gaseosa por un buen capuccino, llamar al break: Coffe break, emplear palabras técnicas y pensar, día y noche, cual robot, en el trabajo, el trabajo y el trabajo, claro que en el fondo los pobres alumnos saben poco o nada de cómo hacer el bendito trabajo.

Llegar al décimo de ciclo de universidad significa para mí una tortura del carajo –y un aburrimiento aún mayor- , mi carácter ufano y mi actitud bigarda quedan en pleno manifiesto y son ahora inocultables, por lo que solo me queda reír cínicamente y preguntar a cada rato: ¿Ya es coffe break?

miércoles, 1 de octubre de 2008

Palabras insuficientes.

Aveces, en mis momentos más desdichados, más pesimistas, cuando los fantasmas más protervos me sujetan y aprisionan, y la vida se eclipsa malamente recordándome, angustiosa, que mi existencia es desdichada, sólo hay algo, tan magnánimo y suntuoso, que puede hacerle frente a tan infausto cariz y alzarse finalmente con la victoria, la victoria de darle paz –y amor- a mi vida.

Lejos o cerca, eso no importa, nunca me fue necesario verte para saber que me miras, tenerte cerca para saber que estás conmigo, abrazarte para saber que jamas dudarías en darme tu calor.

Empero, no sé que me haría sin ti, sin tu risa iluminada, sin tus ojos tan comprensivos, sin tu voz tan afable, sin tus palabras y tu alma –las únicas capaces de ayudarme a entender la vida -.

Jugué a ser muchas cosas: intemperante, sibilino, crápula, remolón, cosillas algo abyectas, qué va: fui un miserable; sin embargo, aún conociendo mis peores arrebatos, no te fuiste, no me dejaste, no dejaste que termine de caer.

Aciagas circunstancias nos acompañaron, tú lo sabes.

Nunca me diste la espalda, lo sé y lo recordaré incansablemente.

Déjame entonces permitirme esta insignificancia, esta infinitesimal retribución por todo tu cariño, por todo ese afecto suí géneris que tienes para dar y que, yo sé, no conoce de escisiones.

Recuerda que yo siempre estaré presto para que seamos, una y otra vez, esos cómplices itinerantes, burlones y llenos de remoquetes, que ya tienen en su haber tantas aventuras, incapaces de colapsar en el tiempo.

Ahora sólo me queda recordarte que te quiero.