martes, 3 de enero de 2017

La cara de tonto


Tengo cara de tonto, he llegado a esa conclusión. Y no digo que lo sea, sólo que lo aparento porque así lo percibo: quieren timarme en todos lados. 


Me quiere timar el desconocido, sí, pero también el conocido. El que no me conoce, por ejemplo si es alguien con quien platico, quiere tomarme por tonto contándome mil y un historias, fábulas de niños que espera yo -candidamente- crea a ciegas. Y  yo sé que me miente pero finjo que no.


El que me conoce quiere también verme la cara sobre todo cuando en algo me ha fallado, y busca envolverme con falacias, asfixiarme con cuentos, silenciarme con mitos. En un rapto de estupidez producto de la desesperación olvida que me conoce, que sé que puedo advertir que me engaña, e igual trata de engañarme.



Sin embargo en ningún caso antes contado llega a afectarme en lo absoluto, solo me causa una suerte de asombro por la capacidad del otro en creer que uno es tonto.


Una amante quiere verme la cara, una mujer que me quiere desea embaucarme, una cómplice idílica se propone tomarme por tonto y pasa, casi siempre, cuando las arrincono mentalmente a alguna verdad. En casos así, los argumentos son tan sorprendentes que siempre se superan así mismos, baten record, con perplejidad incluso a veces me provoca aplaudir tamañas recreaciones artísticas. 

Sé que todo es mentira, y mientras escucho trato de ver mi reflejo en algún lado al tiempo que pienso "¿acaso es así como luce un tonto?"

usted que me lee o que me escucha tal vez en su mente, me sabrá comprender, pues o bien le ha pasado, es decir, lo han querido tomar por tonto, o tal vez en algún momento trató también de verme la cara cara a mí, en cualquier caso sabe lo que digo.