domingo, 25 de octubre de 2009

Las noches y los cambios.

Leonardo, Diego y yo llegamos a Miraflores entrada la madrugada, pasaban de las tres, los pubs y discotecas ya estaban en muere, había mucha gente por ahí haciendo hora en el parque Kennedy o por la mal llamada calle de las pizzas (que más parece la calle de las putas); parecía que las juventudes que pululaban por esos sitios desolados no querían que la fiesta se termine. Y bien por ellos, mis amigos y yo estábamos en las mismas.

Nosotros nos veníamos de una reunión más o menos nomás, una reu que terminó temprano y de la cual nosotros nos afanamos un ron con coca cola, fieles a nuestro estilo, pero es que el trago no se desperdicia, chicos, y mientras hay trago la noche es joven. Así que le dije a Leonardo que se guardé el trago y él, tan diligente, lo hizo con maestría y concha y por eso ahora estábamos en el Kennedy con un trago y con ganas de seguirla.

Yo, porque me creo enfermo o porque soy un hipocondriaco mal, hace mil años que ya no tomo, trato de no ingerir licores, pienso que si sigo chupando como solía hacerlo terminaré incinerado muy pronto (porque a mí me incineran, ¿ya?, no me entierren), entonces no bebo, pero eso no quiere decir que no me guste parrandear o flirtear o estar con mis amigos; por ello, estoico, salgo de noche y pongo plata para el trago y opino sobre qué trago se debe comprar, pero no tomo, sólo lo hago en un afán de contribuir con la gente y mi juventud.

Leo, Diego y yo nos arrellanamos una de las bancas del Kennedy y ellos se ponen a chupar en vasos descartables, y los tres nos ponemos a atisbar a las hembritas ricas y putonas que salen caminando en vilo de las discotecas de la calle de las pizzas; hembritas que estarán borrachas hasta las manos, pero que están harto comestibles y que nosotros miramos con fruición, porque las muy pendejas se ponen a hueviar por el parque moviendo el culo bien apretadito en sus jeans, listas para los trajines de una aventurilla de una noche, de un choque y fuga como dice por ahí la lumpen.

Vemos desfilar, con creciente atención, a no pocas flacas muy cerca de nosotros; los tres nos animamos a abarcar a algunas o a todas o a las que atraquen o a cualquiera porque la cosa es chupar, agarrar y manosear, siempre y cuando no sean chicas feas, y cuando digo feas me refiero a féminas realmente cero agraciadas, porque para que un pervertido como yo y un par de borrachos como mis amigos digamos que una chica es fea, pues, es porque es realmente un arácnido grotesco, una retropatada en la zona urogenital.

Los chicos urden planes prometedores para abarcar flacas, para florearlas, para decirles que tenemos un trago y que nos acompañen a chuparlo, para decirles para ir a tu depa pues, Marquito, en tu depa la hacemos. Y yo les digo que bacán, que sale. El problema es que mis amigos, en todos los planes que tienen, quieren que sea yo el que les hable a las chicas, el que les haga la invitación, el que pase el roche se podría decir. Yo les digo que no, que lo hagan ellos. Ellos me dicen que si algo bueno tengo es que puedo florear (o sea hablar mierda de manera convincente) y que siempre he sido yo el que abarcaba a las flacas en los tonos, me recomiendan que no olvide esa costumbre. Yo les digo que eso era antes, hace meses, cuando salíamos más seguido. Entonces ellos toman mi actitud con asombro, creen que arrugué, no ven en mí a su amigo de antes y Diego me dice lo más sensato y coherente y cierto y desahuevador que me han dicho en mucho tiempo: Has cambiado, antes eras más avezado.

Mientras mis amigos babeaban viendo a las flacas a las que no se atrevían a hablarles, yo sólo podía pensar en que realmente he cambiado, ya no tomo, ya no lanzo, ya no voy a fiestas, ya no gileo hembritas, ya no hago ninguna de esas cosas a las que extraño en hermético silencio y que me han mudado a ser un pata tranqui nomás, un patín con un historial execrable que ahora se la pasa escribiendo y filosofando de la vida con royos existenciales, y entonces estoy así, pensando y repensando en esa banca del Kennedy, hasta que tres chibolas, ricas para qué, se sientas en la banca continua, y yo les paso la voz a mis amigos y, a la mierda, me paro y les voy a hacer el habla para demostrarme que soy el mismo, que todo sigue igual.