miércoles, 3 de agosto de 2011

Pelos del Loco

La ciudad se veía más añeja a las luces de esos pobres faroles. Se veía, cómo decirlo, entre mustia y desangelada. Se sentía, cómo explicarlo, entre humilde y comedida.

Avanzó a paso parejo, esquivando cargadores de bultos que guardaban las mercancías, y entre señoras cansadas y gordas, que iban regresando a casa después de haber vendido todo a precios bajísimos, como migajas, a precio de huevo. Nunca había caminado por esa parte del mercado, o al menos tan pocas veces que equivalen a un nunca; y ante tan deprimente cuadro arrecié el paso a buscar una barbería decente, una que aún esté abierta.

¡Carajo!, renegó, ¡cómo iba a saber que las peluquerías cerraban tan temprano! Cuando vi la luz, avancé seducido por la idea de que esa era la única barbería abierta, esa luz fluorescente no podía ser otra cosa que una barbería… de medio pelo, pero barbería al fin. Y como necesitaba cortarme las melenas con urgencia, no había otra opción que someterme a la mano azarosa de un barbero amateur… amateur y mequetrefe, pero barbero al fin y al cabo.

Tan solo al entrar notó que no tenía sentido escapar, por más que vio los espejos mal ubicados, los asientos corroídos, e, incluso, cuadros espurios y estrambóticos adornando las paredes, no era una opción salir corriendo: Mañana; trabajo; ahora eres periodista; no eres más un rockerito de pelo largo; sienta cabeza; agacha la cabeza; deja que te lo corten; mal, pero que te lo corten; mal que bien; si acaso, bien mal.

¡Ah!, hice una venía como saludando a la nada y el único peluquero del salón corrió a mi ritmo. ¡Guapo!, asiento, siéntate, ponte cómodo, lee, ahí tengo periódico y Condorito, diez soles el corte, dulzura. Lo vi de soslayo, sonreí porque soy un hipócrita, me senté en la silla corroída. Él me tapó con un manto blanco dejando solo mi cabeza expuesta. Mirando mi reflejo en el espejo delator, le expliqué qué tipo de trabajo debía hacer: Corto a los lados, que se me vean las orejas; el cerquillo no lo toques; atrás rebajado, en dos niveles. El estilista asintió dando brincos, obediente, entendiendo los pasos que le dieron porque se los explicaron como para bruto.
Los mechones caían uno a uno, en onditas, como la letra c, más y más: cccc.

Te voy a hacer un corte de moda, ahora los chicos andan a la moda, no te creas, bien talqueaditos salen. Córtame un poco más las patillas, que se me noten las orejas. Oye, ¿tú no eres familiar del Loco Barrios?, igualito eres. ¡No!, ¿es de hoy el periódico? No, de ayer, un cliente vino y lo dejó olvidado. Lástima. ¿Qué no te han dicho antes que te pareces al Loco Barrios, a ese grandazo que se ve tan churro con la camiseta bicolor. ¡No me cortes el cerquillo! Hasta hermanos parecen… yo soy su fan. No sé, no lo conozco, cambié de opinión, préstame tu periódico.

Abrió el periódico y se puso a ojearlo de mala gana, el peluquero hacía volar más y más mechones de cabello negro, que caían sin gracia al asfalto. Con tan solo otear el pasquín, se dio cuenta que se trataba de uno de deportes: fotos y fotos del Loco Barrios, el jugador de moda, el peruano querido y admirado. ¡Ahí está!, ¡ahí está!, se desvivió el peluquero señalando el pasquín, ¡ahí está Barrios, míralo!
Aventé el periódico a un lado, y sin poder evitar lo que se venía, el hombre de las tijeras se arrancó a hablar de que el Loco esto, de que el Loco el otro, y entre tanto, sentí que medio que me acariciaba el cabello y me tocaba innecesariamente las orejas. Y entendí de un brinco que había encontrado en mí a un eufemismo de su ídolo, y que corría evidente peligro sentado en esa silla vieja e incómoda.

Ya vengo. ¿A dónde vas? Ya regreso. Loco, quédate. Te vas a la mierda. No te vas a ir así, a medio cortar…, aunque sea devuélveme mi capa, bandido. Te la debo, rosquete. Chau, Loquito, y no dudes en volver cuando gustes, acá estoy para atenderte.
Una vez más en la calle, avanzó raudo hasta hallar algún vidrio donde reflejarse. Cuando lo encontró, buscó su plenipotencia y se alegró de que, a medio cortar, haya quedado mejor de lo que pensaba.