miércoles, 23 de septiembre de 2009

El difícil lugar.

Encontré a Valeria en Larcomar, en ese centro comercial que yo tanto odio y que ella tanto ama. Llegué a darle el encuentro con poco entusiasmo, más bien lamentando haber pactado esa cita, pues no quería moverme del depa, quería que ella fuera la que me busque, que me busque para tirar. Además, no quería salir a entremezclarme con gente ese día, y menos aún a Larcomar, donde mi esquilmada posición sólo me permitiría mirar vitrinas y dar pena en los diferentes negocios donde no han oído hablar de la solarización.

En fin, llegué y Valeria ya llevaba tiempo esperándome, estaba oteando el mar por aquel bello malecón, que está en la entrada del centro comercial. Estaba linda, como siempre; me preocupó verla tan sola y tan linda, a merced de algún avivado desconocido que se le pueda acercar; y luego me fue inevitable no desearla, convirtiéndome en un avivado conocido que la quería poseer antes de si quiera saludarla.

Valeria me saludó con cariño (a pesar de que yo la saludé con la frialdad de un lascivo no correspondido); me dijo que me veía bien (a pesar de que estaba con el cabello revuelto y con ropa gastada); y dijo que me había extrañado hasta cuando dormía, que se moría por verme (a pesar de que mi forma de extrañarla, a veces, se limitaba a amarla sólo cuando hacíamos el amor). Esa diferencia entre nuestros sentimientos –que yo notaba y que ella, enamorada, ignoraba-, me producía un fastidio malévolo, me hacía cavilar en que no merecía a Valeria, y eso me ponía de peor humor.

Me emprendí entonces en un actuar errático con ella: no le hablaba, no la veía a los ojos, no le seguía las conversaciones, no me reía de sus bromas y –peor aún-, yo no hacía bromas –signo de que estoy enfadado o incomodo o malhumorado o todo al mismo tiempo; creo que en el fondo quería que Valeria notara mi pesadumbre, que la lamente, que se sienta culpable, que se arrepienta de haberme citado en Larcomar y no haber ido al depa a tirar conmigo.

Valeria me aguantó, soportó mis niñerías estoicamente, me ofreció una sonrisa cuando yo le ponía cara de “estoy aburrido”, y me tomó del brazo con cariño mientras yo caminaba ensimismado con las manos en los bolsillos. Pero claro, ella no es un robot, ella es una chica con sentimientos, por eso, luego de un rato de bancarme, ella se enfadó, se desesperó, perdió el control, me acusó de no amarla, y me pidió que la acompañe a su casa.

Le dije que no la acompañaría. Ella me dijo que debería hacerlo, que soy su enamorado. Yo le dije que me llegan esas cursilerías, y que manipule el término “enamorado”, convirtiéndolo en “guardaespaldas”. Ella me dijo que soy un desconsiderado, que no le importo. Le dije que yo tampoco le importo, sino no me hubiera hecho ir hasta ese centro comercial en vez de ella buscarme, dejándome con la libido en los labios. Ella me dijo que ser enamorados no es sólo tirar. Yo le dije que eso es lo mejor de ser enamorados.

Valeria avanzó unos pasos, tomó un taxi y se marchó en mis narices, dejándome confundido entre tanta gente confundida que va a Larcomar a ver vitrinas. Luego me marché caminando con languidez, recordando que el amor es un don que no me ha sido otorgado, y lamentando que, a veces, equivocadamente, intente que la pasión y el deseo ocupen su difícil lugar.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Sólo piensa.

Ramiro enciende la laptop y hace crujir sus nudillos, se alista para escribir, para retocar la novela que ha terminado. Pasa largos minutos arrellanado en el sillón, viendo la pantalla de su ordenador en blanco; no tiene ideas, no sabe qué aportar. Sólo piensa.

He adelgazado, se dice, mirándose el abdomen, algo de bueno me dejó enfermarme casi un mes, al menos me deshice de las adiposidades que me conminaban a usar ropa ancha, cual reggaetonero.

Cuando me enfermé, la única persona que estuvo conmigo fue Andrea, soportarme cuando mi existencia se vio reducida a escombros, es una de las grandezas más sublimes que he visto y veré.

Andrea merece a alguien mejor, así como yo merecí enfermarme por ser una mala persona con ella, con ella que es tan buena conmigo.

Ramiro mira en derredor, como buscando ideas: no se me ocurre nada, se amarga, no sé para qué pienso tanto, no sé para que le dedico tanto esfuerzo a una novela que nadie leerá, se frustra.

¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Valdrá la pena haber ninguneado mi bachillerato de la universidad para dedicarme a escribir? Desde que empecé con esto hay algo que no he parado de ganar: críticas desdeñosas, los absurdos de siempre, piensa.

Finalmente, creo que mi motivación es darles la contra a todas las personas que solo saben hablar mal, escribir si ellos no quieren que lo haga; y, si acaso, con alguna fama futura, taparles la boca y reírme de ellos.

Ramiro recuerda cuando, una vez hace tiempo, una amiga suya le alcanzó un cuaderno y le pidió que le dejara un recordatorio con su firma, “para que cuando seas famoso tenga pruebas de que fuiste mi amigo”, le dijo ella. Ambos se rieron, y Ramiro pensó que en la vida aún hay gente que cree en la gente.

Creo que ahora tengo más enemigos que amigos, o más opositores que partidarios, piensa.

Ramiro recuerda al ganapán que le jugó sucio hace unas semanas, haciendo una serie de movimientos pueriles para evitar que su banda toque en un concierto de sábado en la noche. Lo recuerda porque ese sufrido sujeto intentó también hackearle unos correos días atrás, demostrando que no cuenta con una vida muy entretenida. Ramiro sintió pena por aquel hombre con alma de anciano.

Siento una extraña paz en mí, piensa él, la atribuyo a que ya no uso celular.

No me quiero cortar el pelo ni afeitarme la barba, cavila, me gusta esa imagen decadente y lumpen, sibilina y misteriosa; todas esas cosas que no soy.

Hay pizza en la refri, se recuerda, lo mejor de vivir sólo es que las decisiones no se debaten, y si quiero almorzar pizza congelada, pues lo hago y ya.

Ramiro no ha logrado escribir ni un ápice, a veces pasa, suele suceder que uno se encuentre obnubilado. Entonces, obnubilado y con hambre, apaga la laptop y se dirige a la cocina, a ejercer su dictadura.