martes, 7 de julio de 2009

Hipocondriac honey moon.

Estoy aburrido, probablemente más que Leonardo; es un sábado aletargado, es de noche y no hay nada prometedor por hacer, sólo seguir sentados sobre esta banca apestosa del parque venido a menos que siempre nos recibe triste y tranquilo, tranquilo y apestoso, como las bancas que hay en él y como sus fortuitos ocupantes.

Leonardo me dice para ir a su casa a escuchar sus discos de aerosmith y prendernos unos tronchos. Yo le digo que no, le recuerdo que es sábado y que lo mejor sería buscar un par de hembritas y hacerla por ahí. Él me dice: llama a Andrea, dile que venga con una amiga. Yo le digo: Huevón, si quisiera ver a Andrea estaría con ella y no contigo.

¿Qué tienes en mente?, me pregunta Leo. No tengo nada en mente, ese es el problema, le respondo. Vamos a la avenida La Marina, ahí hay un culo de discotecas, fácil la hacemos, me dice Leonardo. Estás cagado, esas discotecas apestan a ala, le digo. No se me ocurre nada más, me dice. Hay que comprar un trago mientras pensamos, le digo. Yo creo que mejor es ir de frente a la Marina, pero bueno, compremos el trago, acepta.

Compramos un ron barato, lo combinamos con cocacola, lo llevamos hasta el parque y nos servimos en vasos descartables; lo hacemos sigilosamente, con cuidado, no vaya a ser que pase la tombería y nos arruine el miserable plan que hemos logrado urdir mi amigo y yo.
Conversamos y tomamos por un buen rato, unos largos instantes hasta que al destino se le termina la buena voluntad y arremete malamente contra nuestras aciagas existencias. Un joven de mediana edad, vestido todo de azul y trepado en una bicicleta oxidada se nos acerca por detrás, luego se estaciona junto a la chingana en la que hemos convertido a la pobre banca del parque.

Buenas, buenas, choches, dice el joven oficial, no es un policía es un colaborador del serenazgo; está determinantemente prohibido libar licores con contenido alcohólico en las vías públicas, añade. Leo y yo nos miramos socarrones. Disculpe, oficial, pero estamos acá tranquilos, sin molestar a nadie, le digo. Yo sólo recibo órdenes, choches, los vecinos son los que se han quejado, me dice. Caballero, mi tía Raquelita vive en el edificio de en frente, le miento, yo soy vecino de aquí, del barrio. El joven me mira incrédulo y hasta ofendido.

¿Me estás tomando el pelo, choches?, me pregunta. Claro que no, jefe, le digo, pensando que se soliviantará porque lo he llamado jefe. Para su información yo soy el superintendente del grupo de control de disturbios y sonidos estruendosos en zonas urbanas. Ah, caramba, le digo. Así que, por favor, vayan circulando de este parque de áreas verdes, dice. Leo lo mira divertido y le dice: Maestro, ¿un traguito?, y luego le alcanza un vaso descartable con ron.

¡Al oficial Esneider Huamán nadie lo corrompe!, dice alzando la voz. Leo y yo nos reímos. Nadie lo quiere corromper, oficial, sólo le invitamos un traguito para el frío, le digo. ¿Para el frío?, pregunta Esneider. Claro pues, maestro, con este frío un trago le caería a pelo, le daría fuerzas para seguir patrullando, le digo. ¡Puchicana!, ¿seguro?, duda el oficial. Seguro, Míster, pruebe el trago que está buenazo. El joven acepta el vaso y se toma el ron de un sorbo.

¡Achachay, ta´ fuertototote!, dice. Es el famoso hipocondriac honey moon, le miento; es un trago famoso en USA. Leo se ríe y dice: es que acá el hombre es barman, se hace los mejores tragos de la ciudad. En ese caso sírvanme otrito más, dice el oficial. Con todo gusto, digo mientras lleno el vaso descartable con más ron barato.

El oficial Esneider Huamán se toma uno, dos, tres, y hasta cuatro vasos más con nosotros; se los tomas así, seco y volteado; luego nos devuelve el vaso y dice: Gracias, muchachos, gracias por tantas atenciones con su oficial. Le regalamos el vasito, jefe, lléveselo de recuerdo, le digo, renuente a tocar ese recipiente otra vez. Se agradece, dice el oficial y luego se trepa en su bicicleta y arranca en vilo: Nos vemos, choches, ya será hasta otra oportunidad. Leo y yo le hacemos adiós con las manos y luego soltamos a reírnos de lo ocurrido; y entonces yo siento que en esta ciudad uno no se puede aburrir, porque siempre hay alguien dispuesto a hacerte reír.