A todo le llega un final, y, sin darme cuenta, hoy le llegó el final a mi vida universitaria. No porque haya jalado un ciclo o me hayan botado por vago o me hayan invitado a retirarme por ser tan crítico y malaleche con mi pundonorosa casa de estudios, sino que –capeando hercúleas adversidades- hoy he terminado la carrera.
Me parece increíble. Tengo una mezcla malvada de sentimientos, por un lado están esas cavilaciones que tuve desde siempre en las que todo me parecía malo y sólo quería que llegue fin de ciclo para largarme de esa maldita universidad y dejar de ver para siempre a mis aplicados y futuros gerentes compañeros de clase y a los odiosos-tediosos-aburridos profesores y docentes indecentes. Pero por otro lado, en estos últimos días, he granjeado nostálgicos pensares que están diseminados en cada uno de mis recuerdos.
¡Caray!, se me hace difícil pensar que ya no caminaré por los patios de la universidad, que ya no veré los rostros que vi durante tanto tiempo, durante tantos años; ya no saludaré a profesores fingiendo cariño cuando sólo quería que me regalen un puntito más; ya no veré a mis buenos y leales compañeros de estudio, ya no veré a mis compañeros que nunca supe cómo se llaman; ya no me quedaré en las tardes a escribir en el laboratorio de internet; ya no sacaré más libros de la biblioteca y los devolveré pasada la fecha de entrega; ya no escucharé a mis compañeros decir que soy un enfermo porque hablo y uso demasiadas palabras raras; ya no pronunciaré esas palabras difíciles en las exposiciones ocultando que no sé un carajo de lo que estoy exponiendo y, extrañamente, ganándome el encomio de los profesores; ya no preguntaré como un demente: ¿ya es coffe break? Durante toda la mañana; ya no iré a comprar chocolates donde ese abnegado y añejo caballero que vende estoicamente golosinas en las afueras de la universidad y regala caramelos; ya no pondré más apodos, a escondidas, a mis compañeros; ya no miraré a las niñas lindas de la universidad ocultándome tras mis grandes lentes oscuros; ya no improvisaré poses y discursos circunspectos ante los profesores para que no sospechen que soy un bigardo de campeonato; ya no iré al hueco los viernes y terminaré bailando penosamente soliviantado por el alcohol; ya no le diré a la asistenta social que mañana pago la pensión cuando en verdad sé que no la pagaré; ya no venderé todas mis cosas para pagar exámenes sustitutorios; ya no dormiré en clase; ya no aprobaré floreando; ya no soslayaré la ignorancia con florituras verbales; ya no diré que la gente de mi grupo me cae mal, cuando en realidad los aprecio; ya no andaré con una mochila llena de libros y cuadernos; ya no tomaré ron con cocacola en el parque de Angamos; ya no veré más a gente con la que pasé tanto tiempo, ahora sólo me queda extrañar todo eso.
Me causa gran tristeza, saber que todo se reduce a recuerdos. Me apena que esa parte de mi vida ya haya terminado. Maldita nostalgia, no puedo con mi genio.
Me parece increíble. Tengo una mezcla malvada de sentimientos, por un lado están esas cavilaciones que tuve desde siempre en las que todo me parecía malo y sólo quería que llegue fin de ciclo para largarme de esa maldita universidad y dejar de ver para siempre a mis aplicados y futuros gerentes compañeros de clase y a los odiosos-tediosos-aburridos profesores y docentes indecentes. Pero por otro lado, en estos últimos días, he granjeado nostálgicos pensares que están diseminados en cada uno de mis recuerdos.
¡Caray!, se me hace difícil pensar que ya no caminaré por los patios de la universidad, que ya no veré los rostros que vi durante tanto tiempo, durante tantos años; ya no saludaré a profesores fingiendo cariño cuando sólo quería que me regalen un puntito más; ya no veré a mis buenos y leales compañeros de estudio, ya no veré a mis compañeros que nunca supe cómo se llaman; ya no me quedaré en las tardes a escribir en el laboratorio de internet; ya no sacaré más libros de la biblioteca y los devolveré pasada la fecha de entrega; ya no escucharé a mis compañeros decir que soy un enfermo porque hablo y uso demasiadas palabras raras; ya no pronunciaré esas palabras difíciles en las exposiciones ocultando que no sé un carajo de lo que estoy exponiendo y, extrañamente, ganándome el encomio de los profesores; ya no preguntaré como un demente: ¿ya es coffe break? Durante toda la mañana; ya no iré a comprar chocolates donde ese abnegado y añejo caballero que vende estoicamente golosinas en las afueras de la universidad y regala caramelos; ya no pondré más apodos, a escondidas, a mis compañeros; ya no miraré a las niñas lindas de la universidad ocultándome tras mis grandes lentes oscuros; ya no improvisaré poses y discursos circunspectos ante los profesores para que no sospechen que soy un bigardo de campeonato; ya no iré al hueco los viernes y terminaré bailando penosamente soliviantado por el alcohol; ya no le diré a la asistenta social que mañana pago la pensión cuando en verdad sé que no la pagaré; ya no venderé todas mis cosas para pagar exámenes sustitutorios; ya no dormiré en clase; ya no aprobaré floreando; ya no soslayaré la ignorancia con florituras verbales; ya no diré que la gente de mi grupo me cae mal, cuando en realidad los aprecio; ya no andaré con una mochila llena de libros y cuadernos; ya no tomaré ron con cocacola en el parque de Angamos; ya no veré más a gente con la que pasé tanto tiempo, ahora sólo me queda extrañar todo eso.
Me causa gran tristeza, saber que todo se reduce a recuerdos. Me apena que esa parte de mi vida ya haya terminado. Maldita nostalgia, no puedo con mi genio.