miércoles, 9 de noviembre de 2011

Amistades peligrosas.

Caminando alunado en la madrugada incipiente. Avancé lejos, hasta el apartado paradero de autobuses de San Isidro, para verte, para responder con mi presencia a tu llamado. Tú sabías que iría, después todo, sabes lo fácil que soy, sobre todo para ti.

Esperé no más de quince minutos, luego pasó la cochambra esa, inmensa y faro-fundida. Me subí, mejor dicho, me trepé, y fue lindo: no había casi nadie, tres o cuatro pasajeros nada más, adormitados y bajo las luces blancas del colectivo; me senté al fondo, pegado a la ventana (como sabes que me gusta) y me sentí tan, cómo decirlo, como en una escena de los noventas, como en un film lumpen y noventero (como sabes que me gusta).

Algo de música me acompañó. Algunos sonidos improbables que reconfortaban al señor chofer y que a mí, por el contrario, me azuzaban la indigesta vista a la gente fea en las calles, a las casas sin gracia, a la melancolía de la ciudad que dormía o trataba de dormir. Así que yo, de pronto indiferente al tercer mundo, de pronto divertido, me tapaba los oídos y trataba de imaginar mi lengua dibujando los contornos de tu cuerpo.

Llegué a tu barrio y “¡bajo, profe, bajo!”, le dije a la carrera al chofer, le aventé unas monedas y me lancé del vehículo apurado por verte, por tocarte, por olerte, por reconocerte de la manera en que a ti y mi nos hacía tanto bien.

La luna seguía intacta, redonda y refulgente; la cosa más bella del cielo, la hermosura del firmamento. Ninguna estrella podría hacerle competencia. Era tan rotunda su belleza, como rotundo era el hecho de que ambos debíamos estar juntos, como dos media luna que se abrazan y hacen una luna llena, que sólo tienen sentido juntas, pues al lado de cualquier estrella, por más bonita que sea, nunca podrá brillar más feliz que desdichadamente.

Tu calle me sembró dudas. Tu calle hizo que mi vehemencia se tome un break y me detenga a pensar en tu vida llena de momentos sin mí. También, desde luego, me hizo pensar en la mía, y en los momentos en que tú ya no estabas. Por eso, respiré una bocanada de aire con olor a mar y, cual droga, como si estuviese aspirando algo de coca, algo de coquirri, me sacudí y tiré hacia atrás los pensamientos del mundo, para solo darle cabida a los del espíritu.

Toqué tu timbre, pensando que me moría por tocarte a ti. Sonó y sonó y mi corazón también lo hizo, agitado, como un redoble protervo de batería. Y luego, antes de que contestases, traté de hallar en mis recuerdos tu voz, y acariciarla y sentirla, para avivar en mí la flama que me consumía de la ansiedad y de la angustia.

De pronto se abrió la puerta, y tú sólo me dijiste “pasa”. Y no lo digo como algo que me decepcionó, sino más bien como algo lindo, algo prudente de tu parte. Porque, seguramente, también pensabas lo mismo que yo, y me necesitabas completo a tu lado, como yo a ti, y por eso evitaste cosas anodinas por el intercomunicador y apresuraste todo para vernos alma con alma.

Te amé. Otra vez te sentí igual a mí, otra vez te sentí tan distinta al resto del mundo, y a sus cosas, y a sus prejuicios, y por todas esas razones te adoré en silencio mientras me pasaba las manos por la cabellera, peinándome, adecentándome para ti… qué va, peinándome para que seas tú la que me despeine. Luego entré, levanté la mirada y todo el fuego de tu infierno se apoderó de mí.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La Marcha.

A la marcha, vamos, vamos. No te quedes quieto, nunca, es el peor error. Aunque, claro, a veces por moverte mucho te mueves para el lado equivocado, metes la pata, te embarras, te sumerges en estiércol y luego golpeas la pared pidiéndole a Dios algo de compañía y misericordia.

A esta vida, quién la entiende. No sé si alguien, pero yo no. Yo desconozco. Sé simplemente que me gustaría irme de una buena vez a algún lugar lejos de aquí, de esta ciudad, país y región. Yo odio los viajes, pero ahora quisiera hacer uno, uno largo y sin vuelta a la vista. Qué otro sentido tiene andar por las mismas calles, por las mismas iglesias y mercados, ver a tus enemigos tan de cerca y a los amigos tan de lejos. Se trata de moverte. De eso se trata.

Viajar, por ejemplo, tan lejos que ni de cerca podría adivinar la distancia. Viajar a Italia, morir allá, entremezclarme con esos seres y dominar su sibilino idioma, como quién se pasea en el lomo de un toro bravo. Podría vivir trabajando como un asistente de cocinero en algún restorán, como un tercerón, viviendo en un piso alquilado, tocando a la guitarra, haciéndole el amor a muchas lugareñas, y hablando italiano como un insuperable orgulloso. Podría vivir así, y seguramente me gustaría.

Hallaría una vida así, como fabulosa, como extraordinaria, y mandaría al diablo mi encomiable trabajo como periodista, mi sufrida labor de escritor, y demás sueños cumplidos que en suma ahora no me significan gran cosa (menos el sueño de salir en la tele y ser conocido por el pueblo peruano, pues en ese ardid soy un cabal perdedor).

Viajar y escuchar mil veces canciones de kevin Johansen, cantarlas y cantarlas, susurrárselas al viento. Y llevarme conmigo el Poema 20 de Neruda (sólo ese, el único y el que más me gusta) y leerlo y leerlo, sin fin, sin conocer jamás el hartazgo, sintiendo que mis noches son profundas. Y leer también, por millonésima vez, el Puente Sobre el Río del Buho, y sonreír pensando que en cualquier momento despierto y nada de esto ha pasado ni pasará.

Quiero irme porque acá ya hice todo lo que tenía que hacer, y más precisamente porque también hice todo lo que no tenía que hacer. Quiero marcharme porque es tedioso reírte del mismo chiste una y otra vez, y este lugar me significa un chiste repetido, sin gracia, sin sentido, resentido.

Quiero caminar con las manos en los bolsillos, sin mirar atrás, sin mirar a nadie más, simplemente con la creciente sensación de que las canciones, el poema, y los cuentos me esperan al final del camino, bajo la noche profunda y sus luces y su olor.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Pelos del Loco

La ciudad se veía más añeja a las luces de esos pobres faroles. Se veía, cómo decirlo, entre mustia y desangelada. Se sentía, cómo explicarlo, entre humilde y comedida.

Avanzó a paso parejo, esquivando cargadores de bultos que guardaban las mercancías, y entre señoras cansadas y gordas, que iban regresando a casa después de haber vendido todo a precios bajísimos, como migajas, a precio de huevo. Nunca había caminado por esa parte del mercado, o al menos tan pocas veces que equivalen a un nunca; y ante tan deprimente cuadro arrecié el paso a buscar una barbería decente, una que aún esté abierta.

¡Carajo!, renegó, ¡cómo iba a saber que las peluquerías cerraban tan temprano! Cuando vi la luz, avancé seducido por la idea de que esa era la única barbería abierta, esa luz fluorescente no podía ser otra cosa que una barbería… de medio pelo, pero barbería al fin. Y como necesitaba cortarme las melenas con urgencia, no había otra opción que someterme a la mano azarosa de un barbero amateur… amateur y mequetrefe, pero barbero al fin y al cabo.

Tan solo al entrar notó que no tenía sentido escapar, por más que vio los espejos mal ubicados, los asientos corroídos, e, incluso, cuadros espurios y estrambóticos adornando las paredes, no era una opción salir corriendo: Mañana; trabajo; ahora eres periodista; no eres más un rockerito de pelo largo; sienta cabeza; agacha la cabeza; deja que te lo corten; mal, pero que te lo corten; mal que bien; si acaso, bien mal.

¡Ah!, hice una venía como saludando a la nada y el único peluquero del salón corrió a mi ritmo. ¡Guapo!, asiento, siéntate, ponte cómodo, lee, ahí tengo periódico y Condorito, diez soles el corte, dulzura. Lo vi de soslayo, sonreí porque soy un hipócrita, me senté en la silla corroída. Él me tapó con un manto blanco dejando solo mi cabeza expuesta. Mirando mi reflejo en el espejo delator, le expliqué qué tipo de trabajo debía hacer: Corto a los lados, que se me vean las orejas; el cerquillo no lo toques; atrás rebajado, en dos niveles. El estilista asintió dando brincos, obediente, entendiendo los pasos que le dieron porque se los explicaron como para bruto.
Los mechones caían uno a uno, en onditas, como la letra c, más y más: cccc.

Te voy a hacer un corte de moda, ahora los chicos andan a la moda, no te creas, bien talqueaditos salen. Córtame un poco más las patillas, que se me noten las orejas. Oye, ¿tú no eres familiar del Loco Barrios?, igualito eres. ¡No!, ¿es de hoy el periódico? No, de ayer, un cliente vino y lo dejó olvidado. Lástima. ¿Qué no te han dicho antes que te pareces al Loco Barrios, a ese grandazo que se ve tan churro con la camiseta bicolor. ¡No me cortes el cerquillo! Hasta hermanos parecen… yo soy su fan. No sé, no lo conozco, cambié de opinión, préstame tu periódico.

Abrió el periódico y se puso a ojearlo de mala gana, el peluquero hacía volar más y más mechones de cabello negro, que caían sin gracia al asfalto. Con tan solo otear el pasquín, se dio cuenta que se trataba de uno de deportes: fotos y fotos del Loco Barrios, el jugador de moda, el peruano querido y admirado. ¡Ahí está!, ¡ahí está!, se desvivió el peluquero señalando el pasquín, ¡ahí está Barrios, míralo!
Aventé el periódico a un lado, y sin poder evitar lo que se venía, el hombre de las tijeras se arrancó a hablar de que el Loco esto, de que el Loco el otro, y entre tanto, sentí que medio que me acariciaba el cabello y me tocaba innecesariamente las orejas. Y entendí de un brinco que había encontrado en mí a un eufemismo de su ídolo, y que corría evidente peligro sentado en esa silla vieja e incómoda.

Ya vengo. ¿A dónde vas? Ya regreso. Loco, quédate. Te vas a la mierda. No te vas a ir así, a medio cortar…, aunque sea devuélveme mi capa, bandido. Te la debo, rosquete. Chau, Loquito, y no dudes en volver cuando gustes, acá estoy para atenderte.
Una vez más en la calle, avanzó raudo hasta hallar algún vidrio donde reflejarse. Cuando lo encontró, buscó su plenipotencia y se alegró de que, a medio cortar, haya quedado mejor de lo que pensaba.

sábado, 16 de julio de 2011

Se va, se va, c-v

No voy a seguir corrigiendo la novela. Mi cabeza va a explotar. Hoy mismo saco el blog de mi experiencia laboral de mi currículum. Cuantos jefes me deben haber leído; leído las atrocidades que escribo (y no por malas que sean mis líneas, maldito narcicismo, si no porque quién querría contratar a un orate como yo). Seguro me han leído más jefes de empresas que cibernautas aburridos; podría jurar eso; apostaría el poco dinero que tengo a eso: y seguramente ganaría la apuesta.

Hoy este lugar se libera de su ultimo marido mandón: de la conminación que produce escribir medroso porque la dirección del blog está en mi famoso CV, y por ello empresa a la que postule, empresa que me leerá, y leerá las barbaridades que me mando a escribir y hasta mi novelilla Afiebradas Bajezas, y qué bajeza contratar a alguien así, tan pervertido, tan fuchi, no, ni hablar, next, dirán los contratistas, y por eso nunca me llaman del Comercio y, qué va, ni del pujante diario El Chino.

Pero por eso saco de mi experiencia laboral a este, mi sufrido blog, porque mucho roche, ¿no?, si creo que en mi último trabajo mis jefes llegaron a darse una paseadita por acá, y por eso, las señoras coordinadoras y auxiliares y directoras, cada vez que yo me las cruzaba en los pasillos del centro laboral, me miraban de soslayo y respingando la nariz, como quién dice tremendo pervertido que eres oye, mocosin. Sí, señoras, lo soy, ¿y qué?

De repente peco de megalómano, y, no sé, quizá ni mis superiores laborales han visitado este desolado espacio cibernético. Y entonces yo mismo me hago recordar la canción de Kevin (Johansen of course), esa de El Incomprendido, que dice creen que lo observan, pero nadie lo ve.

Bueno, todos los escritores tenemos un poco de ese complejo, y, mirá vos, me digo a mí mismo escritor y no siento vergüenza, no siento ese friecillo congelante que dice “epa, epa, cuidado ahí, no te metas en una secta a la que no perteneces”, tipo cuando me digo artista (cosa que realmente no soy, porque artistas son solo los que salen en la tele). Bueno, me digo escritor y no me desmayo, porque ya publiqué un libro, una novela, jojolete, pues antes de ello, una vez me dije ESCRITOR y me dijeron si tú no has publicado nada, lo que has escrito solo lo conoce tu laptop, y entonces ahí sí, chicos, sentí que se me venía el mundo encima.
Ahora, largo también este blog de mi Hoja de Vida porque, seamos sinceros, ¿quién coño no tiene un blog a estas alturas de la vida? ¿Quién? Tutto il mondo, caro cuore, tutto. Ya es una moda esto, ya es algo cotidiano. Es como tener tu celular o tu facebook, o algo así. Todo el chucho mundo tiene blog y hablan sandez y media y cuentan su vida y ponen sus fotos y sus canciones y ya, ya son filósofos (obvio que yo no, Darling, yo al menos tengo mi estilacho y mi carisma literario, no me junten al ejercito de escritores aficionados que escriben inspirados en Coelho, Bayly, o su mami, please, un poco más de respeto, digo ¿no?).
Bueno, ¿quién me viera? Estoy hecho un engreído, parezco un gay alucinándose Divo. Pero no, para nada. Y me pongo serio, porque esta es una trinchera para el buen intercambio cultural y la sensibilidad; no como esos blog que te venden algo o te hablan de mi perrito que es bien chévere, primito. No, acá no.
Así que cierro una etapa más en mi ligera vida, donde el blog me acompañó en mi experiencia laboral. Y, no crean, también tuvo sus cosas buenas, sus ¡ah, mira, blog de literatura!, ¿escribes?, ¿y de qué?, ¿de qué hablas?, ¿en qué te inspiras?, ¡caramba, un literario!, ¿literario, no?, ¿así se dice, no?, corrígeme si me equivoco, a pesar de ser el jefe soy humano, no soy perfecto. Y tú por dentro te cagas de risa y tienes una victoria pírrica, porque, por más que al final te contraten o no, ya te regocijaste escuchando a un papanatas que sin dinero no es más que estiércol.
Basta de palabrería entonces, manos a la obra (a la cobra que es mi vida). Hasta nunca Blogdeliteratura, suprimir, chao.

martes, 24 de mayo de 2011

Extracto de la novela "Afiebradas Bajezas"

Entro distraído al Rendal, un pub venido a menos en el corazón de Barranco. El dueño del pub es un gordo y viejo ex rockero que siempre anda contratando bandas amateurs para que alegren el ambiente de su local. Esta vez, no sé si acertadamente, ese gordo ex rockero nos ha contratado a nosotros para realizar tan noble tarea: la de amenizar al público concurrente, es decir, tocar algunas cancioncillas para los borrachines y coqueros que pululan por los bares de mala muerte en Barranco.

En la banda somos tres. Pablo, un gordillo graciosón que revienta la batería; Roberto, un patita callado y con cara de lápiz que toca el bajo, al cual apodamos el indio; y yo, el chico pelucón y alunado que toca la guitarra y canta –o que intenta hacer dichas cosas, o que se las ingenia para que perezcan dichas cosas.

La banda se llama Aeroplano, pusimos el nombre antes de una presentación, apurados porque nos exigían un apelativo para figurar en la lista de bandas que tocarían aquella noche. Somos Aeroplano, dije, y me sentí un idiota, un cagón, sonó horrible, no es como decir “we are Incubus” por citar un ejemplo. De todos modos nos quedamos con el nombre más por flojos a buscar uno nuevo que por puro gusto.

Los instrumentos están encima de una tarima endeble que al pisarla siento que me voy a caer de bruces en cualquier momento. Gordo tacaño, pienso, te pasas de pendejo con tu escenario de triplay.

Los chicos y yo afinamos nuestros adminículos y nos ponemos a tocar algunos covers, a aventurar alguna versión machacada de los Beatles, y luego poco a poco el local se va llenando de pelucones y chicas vestidas de negro, y de gente que apesta a trago y de toda la bohemia frustrada de nuestra Lima querida.

Tocamos y tocamos canción tras canción alucinándonos rockeros famosos y respetados, sin embargo yo no me siento entusiasmado, me queda claro que hacer música en el Perú no es un buen negocio, si no más bien un entretenido pasatiempo. Nada más.

¡Don´t let me down!, canto, ¡don´t let me down!, repito, y todo el respetable público de fumones canta conmigo mientras se bajan un vaso más de cerveza. Luego dejo de cantar unos instantes, me callo para escuchar la voz del pueblo, pero dicha empresa se ve interrumpida por la voz áspera del indio Roberto que, con un inglés bastante chapucero canta ¡dunt lit mi daun!, causando de inmediato la risa malvada de los presentes, la burla constrictora de la audiencia que lo señala y le gritan de todo al pobre indio. “!Anda métete a clases de inglés, oye!”, “!regresa a tu chacra mejor!”, “!sólo toca y cállate, oye, pezuñento!”. Y entonces el indio Roberto no puede más, su dignidad ha sufrido un grave detrimento, el indio deja el bajo a un lado y se lanza del endeble tabladillo hacia la gente burlona, cayendo encima de dos o tres parroquianos.

Volteo a ver a Pablo y no sabemos qué hacer, allá abajo se ha armado una bronca de la gran puta, el indio Roberto esta midiéndose a manazos con un par de tipos que osaron sacarle en cara su magro manejo del idioma anglosajón. El gordo dueño del local se abre paso entre la gente y, apelando a su tamaño y volumen, separa como un oso al indio de sus rivales y agresores, porque, valgan verdades, si el gordo no los separa, al indio lo dejan como cuy chactado. Así que el gordo los separa y se lleva a los burlones no hacia la calle, no señor, ese gordo tampoco es cojudo, así nomás no larga a sus clientes; el puta los lleva más allá a una mesa y los conmina a que le compren trago para que puedan quedarse. Los muchachos son obedientes y le compran dos jarras de cerveza al gordo negociante.

El indio, por otra parte, estoico como él solo, se vuelve a encaramar al escenario, se cuelga el bajo otra vez y nos incita a seguir tocando. Estás sangrando un poco de la nariz, le digo, al ver un hilillo de sangre bajando hacia sus labios. Sigue, sigue nomás, me dice el indio Roberto, apurado por reanudar el show. Al ver que Pablo y yo estamos algo azorados por lo ocurrido, es el mismo indio Roberto quien pone manos a la obra: acomoda bien su micrófono, se soba las manos, carraspea la garganta y se arranca a cantar una canción de los Bee Gees en algún idioma espurio que sólo él sabe a dónde pertenece. El público suelta a reír, se regocijan, se ríen del indio y también con él, y al final el más feliz es el gordo y viejo ex rockero dueño del local, porque el indio ha logrado el cometido de nuestra presencia en este antro, generar venta de trago y entretener bonito a la gente.

*Visita la nueva tiendo on-line de la novela y descárgala gratis: www.lulu.com/juliofernandez

sábado, 14 de mayo de 2011

Pequeños Placeres.

Comer las migas briosas de un pan recién horneado, dejando para los tardones un cascarote medio quemado y sin gracia, eso lo hacía desde niño, es una de las primeras rebeldías que me recuerdo. Ser políticamente de izquierda porque todo el mundo es, y está de moda, ser de derecha, es una de las últimas que se me viene a la mente.

La vida puede ser corta o larga, pero asumo que sólo será buena si nos dejamos llevar por los peligrosos, azarosos, asombrosos e imprecisos caminos de los pequeños placeres que están ahí, en nuestro entorno, en derredor, en dormir con la televisión prendida, en bajarte del colectivo sin pagar, en levantarte cinco minutos más tarde, en sacarle la vuelta a tu enamorada.

Debo decir que, pensándolo bien, los pequeños placeres terminan por ser “los grandes placeres”, y por tanto los que, al final, dictaminan si una vida fue buena o no lo fue.

Recuerdo algo, hace poco conseguí un trabajo, y dejé atrás un largo período de noctambulo escritor y vagabundo diurno, para ser un oficinista de corbata, camisa y oreja sin arete. Ese paso lo asumí como una rebeldía hacia mí mismo, por tanto fue una victoria y un placer esa mudanza de carácter, rutina y vestuarios.

A los pocos meses, ahíto totalmente de toda responsabilidad para con la pujante empresa que contrató mis servicios, decidí darme un nuevo placer (y si acaso uno de los más conspicuos que me recuerdo), y consistió en visitar al jefe en su oficina, discutir sobre cosas mías y cosas suyas, y finalmente decirle cara a cara, de tú a tú, que renunciaba, que gracias por todo, que no, que ahí nomás, que no quiero pensarlo bien.

Siempre encuentro, por ejemplo, un placer sórdido al darle la contra a alguien, a alguna persona, a alguna conversación, a alguna idea, a algún argumento, por más verídico y sustentado que fuese, siempre es rico llevar la contra y jugar a ser abogado del diablo. Me gusta, debo admitir, ver a los demás irritarse, enfurecerse, encolerizarse, sufrir y terminar por explotar, angustiados por no poder convencerme de sus ideas. Es una forma linda de sentirte más listo que el resto.

Es un gratísimo placer hablar de lo que no se sabe. Es grato y muy útil. Siempre encuentro circunstancias, conversaciones, entrevistas, tertulias, donde se habla de no sé qué, de política internacional, o de autos, o de futbol, o cosas por el estilo que no sé o sé muy poco. Pero si hay algo que sé, es que nadie sabe nada, que nadie sabe todo; por eso, siempre intervengo en las discusiones e invento nombres, lugares, acontecimientos, hechos tragicómicos, los mismos que siempre me hacen quedar como un tipo bastante culturizado.

Sabrán disculpar la confidencia, pero sobre placeres debo decir que no hay como hacer el amor sin usar engorrosos-apestosos-malhadados profilácticos; comer muchos chocolates en diferentes horas del día; flirtear y calentarse; hacer muchas visitas al Mc Donalds; acudir a lugares varios en calidad de invitado; dormir cuando el sueño dicte y perder la noción del tiempo; cholear a alguien, negrear a alguien y sentir que eres mejor que algún otro.

Finalmente la conclusión previsible: vivir sintiendo el placer recorriendo nuestros cuerpos, sentir ese vientecillo acogedor cuando gozamos y hay una alegría perversa en nuestro ser, como me sucedió al escribir dos libros, dos nada menos, a los que yo les digo novelas cuando en realidad son catarsis, testimonio, biografía y venganza.

Recuerdo que una vieja enamorada se molestó conmigo porque leyó el manuscrito de mi segunda novela y casi me la tiró en la cara, enfurecida, alegando que en ella hablaba de un romance entre su mejor amiga y yo. Obviamente, indignado, negué todo y reclamé que ponga en tela de juicio mi capacidad creativa, pero en el fondo gocé paladeando que haya advertido todo y que haya conocido más de mi pasado clandestino.

Hay que regalarse un poco de placer, y el momento adecuado es ahora, ahora o nunca, pensemos, pues el mañana siempre será una ruleta rusa. Y, al final, una frase que me encantó y conmovió “hoy puede ser el mejor día de tu vida, si así lo quieres”.

jueves, 7 de abril de 2011

Un Minuto Caliente

Estoy en plena fila, seguramente la fila más corta de mi vida. Somos siete u ocho bastardos. Siete u ocho devotos sonrientes, tímidos, nerviosos, expectantes, cagándonos en los pantalones, o (no sé bien si los demás) pero yo estoy así.

Nos hacen pasar a una carpa bien armada, una carpa que por dentro es una suite de hotel cinco estrellas, con mozos, luces suaves, mesas llenas de comida, gente pululando apurada de aquí para allá, y allí, en el vértice, los Janes Addiction.

Mientras siento cada paso que doy como uno decisivo en mi vida, voy pensando en que sólo quiero ver a Dave Navarro, solo a él pues él tocó durante años con mi banda lead top: Red Hot Chili Peppers, de cuya unión nació el mejor disco que he escuchado en mi vida y el mejor disco de la banda y el disco más odiado por los millones de fans de los Red Hot, pues John Frusciante no se asomó por allí.

Como es predecible, llevé mi ejemplar del disco, que a propósito, se llama One Hot Minute, y tenía entre los labios ese sabor perverso y maravilloso de hacerle una apología máxima al disco proscrito con el guitarrista proscrito, siendo ambos los mejores funker-punker-rocker que he escuchado y que no me canso de escuchar nunca.

Como la producción del espectáculo de Janes Addicition en la famélica Lima fue deficiente, pues el estadio no se llenó ni por asomo, que va, con las justas unas cuantas personas, mismo concierto de pub barranquino, la banda y sus representantes estaban incómodos, por lo que los ganadores del Meet and Greet contamos con escasos segundos para lamerles los zapatos a los rockstars.

Así que no desaproveché el tiempo y apenas entré a la carpa corrí al regazo de Navarro y lo miré así, helado, frío, temblando las piernas, y las pocas frases en inglés que había estado entrenando durante todo el día se me fueron como arena entre las manos.

-Hola, Hi, Dave, I am a big fan… please, can you…firmar… can you sign this?

Le dije, alargándole mi ejemplar del One Hot Minute.

Navarro tuvo la gentileza de aceptar firmar el disco, a pesar de que no era un disco de la banda con la que había venido, y a pesar de que él no terminó en buenos términos con los Red Hot. Tuvo esa delicadeza y entre tanto yo me acerqué un poco a él y le canté el coro de una poderosa canción del disco, “My friends”.

-I love, all of you, hurt by the cold…

Navarro sonrió y yo, sin parpadear, aproveché para tomarnos una foto y captar el momento mágico, el minuto caliente.

-Thanks, Dave… I am a big fan. Ehhhh, ahhhh… I love you.

Navarro se rió, seguramente por mi deficiente manejo del idioma inglés, o por la notable cara de idiota que traía, y luego puso uno de sus puños justo delante de mí y se quedó así un buen rato. Yo entendí la idea y vi chocar mi puño contra el suyo, que estaba tatuado con unas letras indescifrables. !Magia!

Alguna gente de su producción anunció el final del Meet and Greet y la banda se fue por una puerta agazapada entre el lugar. Entonces recién ahí, cuando el encargado nos dijo “ya, chicos, vamos saliendo”, recién ahí entendí lo genial que había sido todo, la locura que acababa de vivir y, sobretodo, que todo había sido verdad, que no estaba soñando y que sí pasó lo que pasó.

sábado, 12 de marzo de 2011

Hasta el fondo.

“¿Por qué las vidas se complican?, ¡se joden!, ¡se atrofian!, ¿por qué todo, para poder ser, debe ser complicado?”, piensa Ramirito mientras observa alunado la oscuridad de la calle.

-¡Salud, pues, hermanón! –le dice Pichicho-, no me deje usted con la mano extendida –le añade alcanzándole el vaso descartable lleno de capitán.
Ramirito recibe el vaso e intenta terminarlo de un sorbo. No puede, languidece a poco más de la mitad, el capitán está fortísimo.
-Me quieres tumbar, Pichicho, el trago está muy fuerte. Si no te conociera pensaría que me quieres violar.

Ambos se ríen y luego Pichicho se excusa diciendo que la gaseosa quedó chica, que muy cara la cocacola de dos litros, que mejor así, que quiere emborracharse.

Ramirito termina de secar el vaso descartable en medio de aquél parque desolado donde yacen arrellanados y extrañamente cómodos, donde se han dado cita como todos los viernes desde que se conocen.

-Faltan flacas –aventuró Ramirito, algo desolado.

-Lo de siempre, pero sí pues, con este trago podríamos emborrachar al toque a un par de hembritas. Tú sabes cómo se ponen las hembritas con el ron, les da por abrir las piernas.

-No todas –replicó Ramirito-, una vez conocí a una, Vanesa, la llevé al Rendal y le pedí cubalibre tras cubalibre, y la muy zamarra se los bajaba en una, sin roches, tomaba y no caía, recia para el trago.

-Pero, ¿era de avance?, al menos se picó y agarraron rico seguro –dijo Pichicho.

-Las huevas, no te digo que era recia, después de no sé cuántos tragos seguía igual que al comienzo, y sólo sabía hablarme huevadas: que su familia esto, que su trabajo aquello, que su ex era un idiota, que no quería bailar porque estaba con tacos y le dolían los pies.

-Pendeja, esa clase de hembritas sólo le hacen daño al bolsillo de uno –aventuró Pichicho.Ramirito se sirvió un vaso más de trago, lleno, hasta el tope. Pichicho se mató de la risa.-Feliz día, hermanón.

-El 2012 se acerca, hay que chupar rápido –bromeó Ramirito-, chupa, come y tira como loco, Pichicho, que nos queda un año antes de que los conchudos de los mayas tengan razón y nos vayamos derechito a la misma mierda.-Estás creyendo.

-Más vale prevenir, Pichicho, no quiero que el apocalipsis me agarre frio y con la pinga en reposo. Por lo menos, hasta entonces, me voy a levantar a todas las hembritas que pueda, sin discriminar, seré más efectivo que el incomprendido Rochabus.

Pichicho se rió exageradamente, dando algunos aplausos para acompañar la carcajada. Ramirito terminó el trago y le pasó el vaso a su acompañante.

-tú cuándo no –dijo Pichicho-, ¿qué y vas a dejar a la Micaela entonces?

-Ya no estoy con esa imbécil, la terminé el otro día, mucha huevada ya.

-¡Hablas huevadas!, ¿qué de verdad? –preguntó Pichicho.

-Era un hipócrita, se creía la muy bohemia cuando en verdad era una resentida, además la familia me odiaba, el manganzón del papá, la arrecha de la mamá, la cojuda de la hermana, siempre la estaban poniendo en mi contra.

-Ya cuando la familia se mete es una mierda –colaboró Pichicho, haciendo un rictus de asco mientras se metía de un sorbo el trago-, Pero mejor, está bien que la hayas terminado, te he visto con mejores.

-Sí, pero eso me pasa por meterme a jugar al enamorado. De ahora en adelante relaciones libres, cero saliditas al cine, cero agarraditas de la mano, cero “te amo, amorcito, como tú no hay dos” –dijo, obstinado, Ramirito.

-Salud por eso, hermanón –se alegró Pichicho, levantando su vaso descartable-, ya sécate lo que queda de pico nomás, hasta el fondo –añadió para su amigo, señalando la botella casi vacía.

Ambos engulleron el capitán sin dar tregua a descansos. Terminaron y se rieron, y comentaron que qué fuerte estuvo el trago, que las mujeres de mierda cómo lo hacen tomar a uno, que vamos a la licorería de Javier Prado a comprar otro capitán.

En la oscuridad de la noche, Ramirito y Pichicho caminaron en vilo, perdiéndose entre la neblina que difuminaba las casas, preguntándose cómo no encontraban un par de hembritas para chupar mejor.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Lo que es mío.

En agosto del año pasado me sucedió algo que me devolvió la vida como una bocanada de aire le cae en gracia a un desdichado que se asfixia. Publiqué Afiebradas Bajezas, mi primera novela, lo cual fue un aliento para seguir en carrera, un refrescón para la vida de escritor que elegí y que esperaba concretar.

Todo fue bastante personal, no sólo la historia que es altamente identificable con mi vida (y por eso la gente que me conoce, me reconoce en la novela, los que la han leído, claro está), sino en la ardua etapa por publicarla. Cuando tuve el manuscrito me animé a mandarla a dos editoriales a ver si aceptaban publicarme. Una se disculpó y me dijo que no lo haría, la otra me dijo que sí pero me cobraba una fortuna por hacerlo.

He ahí el tema personal en la publicación, todo lo hice cual obrero asiático: sudándola, agenciándome, y apelando a un esfuerzo que realmente no me conocía. Y si al final no me di por vencido en el intento, fue por el apoyo de mi cómplice Valeria, a quién le dediqué el libro como mínima retribución por el apoyo incondicional.

Y bueno, más o menos así vio la luz mi libro, el cual también dejé rondando por internet, gratuitamente, pues jamás busqué ganar plata, simplemente el hecho conspicuo de ser leído.

Días atrás, en un ardid abiertamente narcisista, entré a google e ingresé el nombre de mi novela, es decir Afiebradas Bajezas, y esperé con cierto nerviosismo ver los resultados, si acaso, que pudiesen aparecer. Una a una fueron apareciendo páginas relacionadas a mi novela, algunos foros de literatura, el blog, y cosas por el estilo, y ver eso me significó un pretexto para sentirme reconfortado.

Pero de pronto algo en la búsqueda llamó mi atención. Vi cómo aparecía entre la retahíla de páginas, algunas con el nombre de Jaime Bayly, el escritor y personaje de tv. Así que con creciente curiosidad y confusión entré a una de ellas, exactamente a un Foro Abierto.

Atisbando la página mi asombro cobró nuevos alcances, vi cómo se habían abierto discusiones sobre “el nuevo libro de Jaime Bayly titulado Afiebradas Bajezas”, y de inmediato sentí que algo no marchaba bien.

Abrí una nueva página en google, tecleé en el buscador el nombre de mi novela y el nombre del presentador de tv. Salieron varias páginas, y me llamó de sobremanera la atención ver que hasta wikipedia citaba como la nueva novela, esperada para el 2011, del presentador Bayly, a mi joven novela.

Varios cibernautas, a través de los foros y hasta páginas de facebook relacionadas al tema (es decir a Bayly), dicen estar esperando con ansias Afiebradas Bajezas, el nuevo libro del escritor, y otros hasta se jactan de ya haberla leído por internet. Menudo enredo.

Me causó mucha gracia ver cómo se había generado una confusión tan amañada con respecto a mi libro. Días más tarde, varios conocidos me vinieron con el chisme de lo que yo ya había notado en google, que adjudicaban mi novela a Bayly. Lo tomé con tranquilidad, pero nunca pude ocultar la curiosidad por saber quién era el urdidor de tamaña broma tonta.

Sería inconsecuente pensar que el presentador de tv tiene algo que ver con la confusión, por lo que tengo la cabal seguridad de que el dueño de la infamia es algún sujeto, o muchacha, confundido o irritado, gracioso o mala leche, que tiene la mar de tiempo libre y cuya habilidad más notable es crear zozobra escondido en el anonimato.

Así que, finalmente, si se me permite, en honor a la verdad, y al esfuerzo mío y de la gente que me ayudó, y a la segunda novela que he terminado y voy a publicar, sólo diré una cosa, una zarandaja: Lo que es mío, es mío.

domingo, 30 de enero de 2011

Kraken.

Es de noche, es de un sábado, ¿y qué más da?
Estoy en un lugar, secuestrado, al cual no pertenezco ni por asomo, mira, ni un poquito. Estoy acá secuestrado, casi desnudo, con un pantaloncillo de algodón y un polo gastado. Me siento un judío en pleno nazismo. Diablos, y estoy algo excitado, no de la manera habitual claro está, sino porque he ingerido cosas proscritas. Diablos. Cosas inmencionables.

Antes de seguir, aclaro y reaclaro que no estoy excitado de la manera habitual (o “in the good way” como diría el gran Julián Marley), es decir con la cabeza caliente, o más bien como un “hot dog”, o sea, un perro caliente. Perdón por el mal chiste. Pero es que hace mil que no me caliento bien bien, ya saben… ¡bien! O mejor dicho, no tengo a nadie que pueda realizarme ese simple trabajillo.

Sí, no tengo a nadie, porque si tienes a alguien pero no te sirve, entonces no tienes a nadie, ¿no? ¿O es acaso que éste, su humilde servidor, miente? ¿es acaso que si uno no siente la pasión que debe sentir, se debe quedar callado?, ¿calladito la boca? No, no, no, eso jamás. Las cosas se dicen y hoy yo digo esto.

Por Dios, pasé por el espejo, me vi, y no pude dejar de pensar: “coño, qué borracho estoy”, y me cagué de la risa la verdad, porque hoy, en esta noche crápula, he hecho muchas maldades (más de todas las maldades juntas que hice en mi vida) y estoy por encima de la culpa, tanto así que me da cero pesar escribir y contar mis ya varios pesares, en este, mi sufrido blog, el cual tiene lectores muy contados y agresores incontables.

By the way. Hoy leí un par de mails que me alegraron el estío. Un mensaje de facebook de un ex amigo. Una llamada de mi padre. Y un mensaje indescifrable (pienso yo que era un virus) de una persona que, intencional o casualmente, siempre está presente en mi famélica vida (aunque sabes que esta vez fue intencional, ¿no? Sabes que hablo de ti y que recibí ese correo espurio de facebook que me mandaste a manera de postal: Chica suave, chica sutil, te admiro y te quiero por eso).

Busco el encendedor y no está. La piedra en mi zapato me lo ha escondido. Malvada, eres como eres, y por eso para mí quererte es una utopía (una que no me interesa cumplir, por cierto). Tengo a mi diestra la botella a medias de Appleton, pero no tengo gaseosa, ni nada para mezclar. Y, Dios, yo no tomo trago solo ni a cojones, yo puedo aparentar ser un bohemio mal pero por dentro soy un niño boy scout de la parroquia Vianney.

Sigo secuestrado, caray, me quiero largar de acá. ¿un taxi a mi casa? ¡Ni cagando, no tengo plata! ¡Ah, ya ves, eso te pasa por no trabajar, eso te pasa por dedicarte a vender libracos! ¡Hey, hey, hey, no arranquemos con lo de los libros, aunque no me creas nada, soy feliz escribiendo de madrugada, publicando libros menores que ni mis allegados leen, y ganando algunos sufridos soles a modo de propina por ser escritor… ¡no me jodas, no me critiques, ya pareces esa gente de mierda que habla de lo que no sabe, tipo el papá de Valeria, que me criticó por dedicar mi tiempo a tratar de ser un novelista.

He hecho un alboroto de la gran puta esta noche. Si escuchan mi nombre en los noticieros, pues, no me quejo, hoy fui un criminal, un bandido, y me encantó. Pero tranquilos, no he matado a nadie, tampoco creo haber dañado o lesionado a alguien, yo no soy así, yo soy paz y amor (y venganza) y soy lo suficientemente sutil como para cobrar mi vuelto sin hacer un show… pero igual, hoy fui un hijo de puta.

Si me da el tiempo te llamaré y colgaré.

Por último, gracias a los amigos que he granjeado desde hace años ya… por haberse alejado de mí y ahora no ser más que un recuerdo graciosón. Gracias a la linda Valeria por ser una energúmena sin gracia. Gracias a Thomas Mann por escribir La Muerte en Venecia. Gracias a esa chica linda que veo de vez en cuando en el supermercado, y a la que le tengo unas ganas endiabladas, y más aún porque ella también me tiene ganas, lo sé, no soy pedante, sólo lo sé. Y gracias a la vida, que me ha dado tanto (aunque hoy: no una escapatoria).

martes, 18 de enero de 2011

El loco de la casa.

Uno:
El loco de la casa ha descubierto con redoblado asombro la magnitud de la gracia del estado natural, del existir del mismo modo en que se pre existió siendo un neo nato sin tapujos ni vergüenza, así, en estado intemperantemente sano, exento de los pudores que empiezan cuando a uno le dicen qué debe cubrir y nunca mostrar. Él, ni tan tarde y mejor que nunca, se pasea por cuartos y habitaciones, mostrando con orgullo el cuerpo peludo, el cuerpo de un hombre en proceso a transformación de lobo; y de igual forma los tatuajes de los brazos y la zona urogenital agradecida, sintiéndose briosa por la brisa, menándose agraciada y cuasi viva.

Dos:
Sintió un barullo más arreciado de lo normal. Subió a casa a la carrera, con el corazón en órbita acelerada, y vio a su madre revoloteando todo y fisgoneando en su habitación. Su conducta se mudó a un temor dubitativo. La madre sollozó antes de hablar y tras alargar un gemido le mostró el resultado de su búsqueda, le alargó una bolsita transparente con hierbas verduscas en su interior, las cuales expelían una vaharada considerable. El loco de la casa lo negó todo, y se esforzó por ser lo más cínico e hipócrita que jamás fue. Con argucias contritas y hasta con indignación por el acuso, logró despistar a la cándida e ingenua madre, quien nunca volvió a sospechar de él.

Tres.
Hacía tiempo que no disfrutaba del verano, por eso cuando se relajó en aquel club de playa, sintió una melancolía antigua. Sintió una vez más (aunque esta vez de manera ostentosa), que las lucubraciones lascivas lo acechaban en cada uno de los cuerpos que miraba en derredor. Con algo innegable entre los pantalones, se metió a la piscina para tratar de soslayar lo vergonzoso, sin embargo, ante la presencia de más caras bonitas y cuerpos en bikinis, la pasión lo cegó y no pudo más que sumergir una mano en las celestes aguas y ser lo más discreto posible que puede ser un onanista. Tras largo rato, un suspiro terminó con su padecimiento y luego, sin hacer muchas celebraciones, salió de la piscina dejando sus instintos afiebrados en fluidos que, deseó, no se inoculen en alguna de las nadadoras deliciosas de aquel club.

Cuatro.
Sentado en un malecón, abrazando a su chica, acercó su vaso descartable lleno de whisky barato. Ambos celebraban su versión del año nuevo, como tantos sufridos veraneantes que hormigueaban aquella playa, aquella madrugada. El loco de la casa tomó con vehemencia, tenía razones, muchas (o quizá sólo una, con nombre y apellido, que derivaba en muchas), y se embriagó hasta ver el firmamento lleno de estrellas fugaces. Entonces, en un impulso cómico o trágico, divertido o suicida, bajó del malecón y corrió hacia las aguas, mientras iba lanzando sus ropas como alguien que se deshace de lo que ya no sirve. Así entró al mar oscuro y atemperado, ante la mirada de muchos y muchas, y lo primero que hizo en el año fue ahogar las penas en el mar, como no logró hacerlo con un whisky etiqueta roja.

Cinco.
El loco de la casa siempre vuelve a su círculo vicioso. Inmerso en un triunvirato séptico conformado por él, la noche, y las ganas de escribir. Todos se complementan, se necesitan y se terminan por juntar por las buenas o por las malas, y por eso el loco de la casa es como un vampiro, solo que en vez de alimentarse de sangre lo hace de sucesos truculentos que escribe agazapado. Y siendo ese híbrido vampiro, vive principalmente cuando la luna reina, cuando el sol y la gente y la bulla no están más. Entonces él, con el telón de las estrellas, con un teclado como volante, se sumerge a contar y a inventar y a exagerar (a veces todo junto, a veces sólo lo primero), y por eso mismo vive y vivirá consumiendo barbitúricos para la depresión, en una empresa lamentable. Porque ser loco cuesta, y eso él lo sabe por cuenta propia.

lunes, 3 de enero de 2011

La Reina del Swing.

Cuando ella y yo andábamos juntos, nos gustaba bailar. En las tardes calurosas de un verano áspero, ella y yo bailábamos incansablemente: yo como una marioneta mal maniobrada por un orate, y ella dulcemente lindo, demostrándome lo bien que había aprendido a bailar en sus lecciones de baile.

Bailábamos de todo, incluso ese engorroso merengue bullanguero, el cual detestábamos por su melodía circense, llamado La Reina del Swing, y que tú, al moverte a su veleidoso ritmo, hacías algo mágico que me maravillaba porque era como ver a una ninfa en las nubes, y por eso tú adoptaste ese título, porque simplemente eras la reina del swing.

Seguramente no te extrañará el contarte que, cuando nos dejamos de ver, una de las cosas que más extrañé endiabladamente de ti fue verte bailar esa clásica canción, ese ritmo que en cualquier otra se hubiese tornado un cuadro desagradable y tremebundo.

Por algunas casualidades tontas, como las que sabes me suelen pasar a mí, algunos días atrás escuché esa, tu canción, en el radio de un taxi que me llevaba a Miraflores. Cerré los ojos y te vi, vi a mi reina del swing, del amor, de las caricias, de los remoquetes y de las salidas al cine de Primavera.

Te extrañé y me perturbaste. A decir verdad, tu idea me perturbó, tu imagen flotando en mi magro pensar. Y entre algunas cosas, no me pregunté si te volvería a ver, sino cuándo nos volveríamos a encontrar.

Y la respuesta me alcanzó algunos días después, principiando el año, en una madrugada crápula y díscola, lejos de aquí, en una recóndita e incomprendida playa del sur, entre gente pululando como moscas y alcohol bailoteando como el mar.

Estabas a unos pasos de mí, conversando con tus amigos, o con amigos de tus amigos; con tus sandalitas y tu ropa toda veraniega. Y yo te miré pero no te vi, me di cuenta de tu presencia pero no de la de tu alma o la de tu siempre radiante carisma. Es decir, estabas y no estabas, y esa primera impresión me dio una pena tan profunda, una tristeza que me inoculó incredulidad y me conminó a acercarme a ti y, cara a cara, sin temor a dudas, confirmar o desmentir la pena o el alivio.

Capeando viandantes en plena madrugada, me acerqué a ti por detrás. Tú y tus amigos hablaban como grandes patéticos. Temí lo peor. Di unos pasos más y me paré junto a ti, observando tu cabello, tu rostro, tus gestos, con la prudencia que exigía mi escudriñar.

Tras unos segundos me viste, te sorprendiste o fingiste hacerlo, y con un mohín vacío me saludaste para luego marcharte y desaparecer con tus amigos. Y yo confirmé lo aciago y me sentí inmerso en el funeral de lo que fuiste alguna vez.

Cuando di media vuelta y me marché, degusté tu mal sabor, el sabor de la insignificancia que ya nada es. Porque realmente te convertiste en algo tan ordinario, en algo tan frío y aburrido, que te sintonizaste con las tristes y pobres puticas que merodeaban por allí, o que yacían tiradas en el sucio y frío asfalto, cual ratas.

Así que solo atiné a engullir el regicidio, porque la reina del swing ya no existe más, ni la reina del amor, ni de las caricias, ni de los remoquetes; tan solo el sabor indigesto de un recuerdo diezmado a su pobre mínima expresión.