domingo, 11 de mayo de 2014

Luz amarilla


Caminó en vilo, como pudo, hasta llegar a un parque que aquella mañana lucía virgen. Tenía la camisa mal abotonada y con una de las manos sujetaba una casaca de cuero, la cual dejó caer antes de dar tres últimos pasos más, hasta que ya no pudo consigo mismo y se desplomó en el frío césped del parque solitario, ante la atónita mirada del guachiman, que tras el abrupto se paró de un respingo de su silla austera, pensando si aquél muchacho estaría muerto.


Se convenció de salir de casa entrada la noche, de no repensar aquellos planes mediocres que ultimamente eran lo mejor que podía urdir. Sentía que su vida se había vuelto más que aburrida, absurda, conminado a redactar historias mediocres, trilladas y feas para un diario populoso, con lo que se mal ganaba la vida.


compró una botella de ron barato y unos cigarrillos suaves en una bodega alumbrada por luz amarilla. Una estragada mujer lo atendió, hablaba mal el castellano. A él le encantó ese cuadro, que azuzaba su intención por protagonizar un montaje decadente, quería sentirse así.
Metió todo en una bolsa negra y luego abordó un taxi cerca a una avenida. Le dijo al conductor llévame aquí nomás, profe, al jirón cuzco, un ida y vuelta que quiero hacer una parada técnica. El hombre obedeció, eso sí, subió el volumen de la salsita que venía escuchando antes de meter primera.


Cuando llegaron al desolado lugar el vehículo se estacionó y él bajo parsimonioso. se acercó a un sujeto que esperaba apoyado en una de las paredes. Musitaron algo y chocaron las manos, y luego él regresó al taxi. Nos fuimos, profe, le dijo al chofer dándole una palmada en el hombro. El auto arrancó.


Había un pequeño edificio en medio de la Avenida Arequipa, que tenía unas letras encendidas en luces de neón: HOSTL. la "a" se había fundido. Allí entró.
Su miserable trabajo le permitía al menos tener algún dinero en el bolsillo. Pagó un cuarto de cama redonda de dos plazas, y televisor con cable. Subió y sin perder tiempo acomodó sobre la cama el arsenal que había llevado. a oscuras se desnudó y programó algo de música en su celular. canciones psicodélicas salían del aparato una tras otra, y él bailaba y se meneaba en la penumbra dando sorbos largos a su botella, prendiendo algún cigarrillo, o manchándose la nariz.


sintió pena en un momento, recordándose como un patán, un castigador que en realidad se había castigado a sí mismo alejando a todo el mundo de su lado. Quiso llorar incluso, pero de repente un ramalazo de cosquillas pareció invadirlo, y no paró de reír. sintió que se derretía su soledad.

En otra oportunidad se asomó por la ventana mostrando el pecho descubierto. altivo miró al vació y prestó atención al rumor del viento. ¡Cállate que no escucho!, le gritó a su celular que reproducía la música. Luego esnifó en el umbral de la ventana, y una pareja de enamorados que pasaba por el lugar quedó viéndolo desde la acera de enfrente.


lo último que intentó hacer, sin éxito, fue pararse de cabeza, pues terminó tendido en el piso brindando por no sé quién, mencionando varios nombres hasta que fue presa de un rapto abrupto de sueño que poco  poco volvió todo negro.
Algún rato después parpadeó pesadamente, para finalmente abrir los ojos como dos platos, perdido en una nube de incertidumbre sin tiempo ni espacio, con un único recuerdo claro en la cabeza: el maldito turno que tenía en el diario a primera hora de la mañana.