viernes, 26 de septiembre de 2008

Habla, ¿vas?

Esperé un viejo y destartalado colectivo rumbo a mi vieja y destartalada universidad. Lo tomé en un paradero cualquiera, lo vi venir zigzagueando, echando bocanadas de humo negro por todos lados, extendí el brazo mostrando dos dedos –como alguna vez aprendí que se deben tomar los taxis- y el prístino vehículo se estacionó bruscamente, haciendo dar un brinco a todos sus pasajeros. El cobrador, un hombre pequeño y sucio, vociferaba malamente los no pocos destinos que recorrería su línea urbana, tenía una voz chillona, ensordecedora. Subí apresuradamente, no por voluntad propia, sino más bien por la premura con la que se ven obligados a transitar los colectivos en Lima, me tropecé y me cogí rápidamente de la baranda-de metal-apestosa-cochina del colectivo. Habían unos cuantos asientos libres, caminé hacia el fondo –confieso que siempre busco sentarme al fondo, odio tener que pararme y ceder el asiento-, alguna gente dormía arrellanada en sus butacas oxidadas, dale, dale, dale, gritó el cobrador y el chofer avanzó a toda máquina. El vehículo no era grande, estaba mal pintado, olía fuerte, tenía pocos asientos y muchas calcomanías con mensajes para los pasajeros como: Pague con sencillo, al cobrador se le respeta y no fumar…solo, era el deshueve esa carcocha. Saqué mi reproductor de música y ya estaba listo para desconectarme del mercado con ruedas en el que estaba y transportarme a los recónditos y arcanos lugares donde sólo la música me podía llevar. El carro frenó intempestivamente en un paradero y recogió a una ventena de pasajeros, que se encaramaban a empellones en el colectivo pugnando por un asiento acogedor, de los cuales ya no quedaban muchos. Ahora el vehículo estaba lleno de gente, gente como yo –cómodamente sentada- y gente parada –que tenían que encoger la cabeza para caber en el auto, cada frenada y acelerada del vehículo era un martirio para esa estoica gente. Mi reproductor tocó Love Generation y me preparé para bailar en mi mente, de pronto, el cobrador no me deja cavilar porque está delante de mí diciendo: A ver, a ver, pasajes, pasajes. Saco un sol y sin mirarlo le muestro mi carné universitario, medio, le digo. El cobrador hace sonar su peculio de monedas pequeñas y me dice: medio es un sol veinte, chino. Pensé que me quería timar, el medio es un sol, le dije. Eso era antes pe chino, ahora el medio está un sol veinte. Hice un mohín de sorpresa, de incredulidad, y el pasaje normal cuánto está, le pregunté. Un sol veinte chino. Me parece una real estupidez tu tarifario, le dije indignado. Así es pues chino, anda quéjate al gobierno, sentenció. Continué escuchando música –terapia ideal contra el estrés- y oteé por la ventana las calles cochinas de la ciudad, en eso estoy cuando de pronto el colectivo se estaciona y veo delante del mismo una camioneta patrullero de la pundonorosa policía nacional. Se acercó a la ventana del conductor un moreno representante de la PNP y conminó al sudoroso chofer a que le muestre papeles y a que soplara un aparatejo que dizque mide el nivel de alcohol. Vi al pobre hombre soplar y soplar ese aparato que cuánta saliva tendrá en su haber, mientras el policía movía la cabeza en un gesto reprobatorio al ver los papeles del automóvil. La gente se empezaba a impacientar, agazapados le espetaban de todo al chofer: Apura pues cholo, se me hace tarde para llegar a mi trabajo, apura pues compadrito, apura paga tu peaje, bien hecho que te hayan parado usurero. Entonces, para simplificar las cosas y no azuzar más a la multitud iracunda, el cobrador se acerca al chofer con un adminículo: un billete de diez soles, en la mano. El chofer toma el billete y baja a negociar con el efectivo policial, dile que es para su gaseosa, alcanzó a decirle el cobrador. Los dos hombres, el policía y el chofer, llevaron a cabo una tertulia de varios minutos y que parecía no conocer fin, los pasajeros –incluyéndome- no aguantamos más y nos bajamos –ordenadamente- del trasgresor e intemperante colectivo. Una vez en tierra, las personas que estábamos allí, escuchamos como el intachable guardia policial, con una media sonrisa le decía al chofer: Pero dame alguito más, acuérdate que aún no tomo desayuno, es eso o te meto a la carceleta por faltoso y tacaño. Así es pues choche, y si no te gusta anda quéjate al gobierno.

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