domingo, 4 de enero de 2009

La noche del accidente.

Es sábado en la noche, estoy sólo en el departamento, siento que estoy condenado a una noche parsimoniosa y jodidamente sola y abrumadora. Trato de escuchar música; no me quiero deprimir; fracaso, estoy deprimido. De pronto suena el celular, lo contesto rápido, cualquier llamada es buena en este momento, me habla Juan. El gran Juan está con el carro de sus padres, ha recogido a Pablo y están planeando hacer algo, me dice que están camino al depa, que vendrán a recogerme. Le agradezco, le digo que vengan cuanto antes, no soporto más estar sólo.

Minutos después, suenan bocinazos en la calle, oteo por la ventana, son Juan y Pablo, bajo enseguida. Retozando, entró al auto, saludo a mis amigos (y salvadores), y arrancamos sin rumbo, a cualquier parte. Sin saber a dónde ir, les recuerdo a los muchachos que Fernando, un gran amigo, alguna vez nos invitó a su bar que queda en Miraflores, prometiéndonos beber cerveza gratis. Entonces, nos dirigimos al bar de Fernando -apegados más al febril deseo de chupar sin pagar que al de saludar a nuestro viejo amigo-. Juan maneja con cuidado, con milimétrica atención, respetando todas las leyes de tránsito, ganándose bromas de parte mía y de Pablo, quienes le decimos que maneja como un abuelo.

Llegamos al bar en poco tiempo, es un lugar acogedor, se ve entretenido, Fernando nos saluda con alborozo, nos trata bien, es muy amable, nosotros lo estimamos, y más cuando cumple su promesa: chela gratis. Pablo y yo bebemos con gran devoción, chocamos nuestros vasos, nos reímos; pero Juan no toma, evita el alcohol, dice que no puede tomar porque está manejando. Plausible respuesta, pero no para nosotros, lo molestamos y le decimos que es un tonto, un plomazo. Pero Juan sigue firme, rechaza el trago.

Una vez terminada la cerveza gratis, Pablo, de una manera bastante prudente, nos dice que mejor nos vamos yendo porque Fernando ahorita viene y nos dice que ya no seamos conchudos y que por lo menos le compremos una botella de cerveza. Juan y yo asentimos, los tres nos ponemos de pie y nos despedimos de Fernando, prometiéndole que otro día regresaremos con dinero para consumirle algo. Fernando nos cree, o finge creernos, y nos acompaña hasta la puerta.

Caminamos de vuelta al auto de Juan, Pablo y yo estamos algo mareados, esas cervezas se nos subieron pronto a la cabeza, empezamos a hablar tonterías, las decimos en voz alta, nos creemos la gran cosa. Subimos al auto, Juan está tranquilo, nosotros con un ánimo exacerbado. Lo empezamos a molestar, le jugamos bromas de mal gusto, criticamos su trabajo, lo conminamos a que nos deje en nuestras casas porque le hemos puesto cinco soles de gasolina. Juan, nos sigue la corriente.

Camino a al depa, justo antes de llegar a la avenida Javier prado, Azuzamos a Juan a que acelere, le decimos que la pista está desierta, que vaya más rápido. Juan, seguramente cansado de las bromas nuestras por su aplomo y corrección al conducir, se solivianta y acelera de una manera brusca. De pronto, un auto que estaba a punto de cruzar la intersección de la avenida por dónde íbamos, aparece inesperadamente. Se escucha el sonido de las llantas de ambos autos pugnando por frenar, Pablo y yo gritamos asustados, Juan gira el timón de una manera tosca, pero ya es muy tarde, el otro auto nos ha chocado, suena el crujir denso de los fierros; nuestro auto se tambalea, está a punto de volcarse; yo , que estaba a la derecha en el asiento trasero, salgo disparado hasta el otro extremo, me golpeo el brazo; sentimos un remezón inenarrable; luego, nuestro auto vuelve al piso pesadamente, y yo sólo pienso que ojalá mis amigos estén vivos.

Muevo un poco el brazo, tengo algunos moretones nada más, Juan y Pablo están bien, pero asustados, como yo. Bajamos del vehículo, confundidos y asustados. El auto que nos chocó es un Mercedes Benz, lo conduce una señora de edad. La señora grita, se desespera, llama a la policía, dice que la culpa ha sido nuestra, nos dice que le paguemos los daños, nos recuerda que su auto es un Mercedes Benz y que la reparada nos saldrá cara. Son las cuatro y media de la mañana, hemos destruido la quietud de aquella avenida, el auto de Juan se ha destruido, el parachoques del Mercedes Benz se ha destruido. Sentimos que hemos estado a punto de morir. Un patrullero de la policía nos escolta a la comisaría de San Isidro para rendir declaraciones, Pablo y yo nos sentimos culpables, y más cuando escuchamos a la señora del Mercedes gritar una y otra vez: ¡Estos niños me han chocado, seguro se vienen de alguna fiesta, huélanlos, huelen a puro trago!

7 comentarios:

  1. amigo como se dice vulgarmente... "tenia el culo en la garganta", "vi pasar mi vida en un segundo" gracias a Dios estamos vivos y el carro no se destruyó, imagínate en la flor de mi vida iba a morir!!








    Dr. Corazón

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  2. :O

    Pucha toda una cronica de un accidente.

    Bueno aunke al parecer no tomaron muxo, pero igual no les favorecera en nada oler a alcohol!

    Y muuuuuxo menos chocar contra una tia U_U

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  3. Huy que Bad, pobres, pero el tener alcohol no es mu favorable como dice Ninfa Cafeinómana.

    Besitos
    :D

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  4. Pero al menos no hubo pérdidas humanas, q hubiera sido lo peor del caso..
    en fin para la próxima, cuídense más pues, muchachos!!!

    besos,
    Cris

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  5. Menos mal no paso nada, pero bueno son cosas que psan, para que aprendas que la vida es asi de efimera, asi efimera como la llama de una vela

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  6. me gustó tu crónica... :)

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