domingo, 3 de agosto de 2008

Corte (De apariencia)

Fueron días, meses de espera. El tiempo pasó lentamente pero el deseo de contar con esa cabellera que delatara mi personalidad contracorriente mitigaba todo letargo.
Y así, toda labor tiene una recompensa, vi por fin crecer mi pelo a proporciones que muchos consideran dudosas para un varón.
Ese aspecto bohemio – y desordenado – que conllevaba andar con pelo largo me caía en gracia, me sentía más que feliz. Claro que esa felicidad no la compartía con nadie de mi entorno, pues dicha cabellera contaba con más de un enemigo incansable: En casa, donde me llamaban "melenudo"; entre mis amigos: diciéndome “flaquita” y ni que decir de la universidad donde no solo compañeros sino también profesores me conminaban a que algún conocedor de las tijeras moldeara y encaminara por el sendero del bien a tan prodiga melena.
A mi me tenían sin cuidado las –gratuitas- diatribas, sin embargo, una tarde cualquiera, azuzado por un mal día y por la rebeldía que invadía a mi pelo, el cual se mostraba reacio a permanecer como yo quería, acepté –despechado- una invitación que me alcanzara mi padre, con palabras que secundaban mi animosidad peluda, para visitar a un estilista: Vamos a que te desahueven el pelo.
Sentado en esa silla que me resultó cómoda y viendo atravez del espejo a un sujeto que me resultó demasiado disforzado, empezó la debacle de mi look. Vi un mechón de pelo tras otro caer al piso donde ya se formaban pequeños cúmulos negros, recordé todo el tiempo que me tomó tener esa apariencia bohemia, las bromas que me gastaban mis amigos y de las que yo me reía más que ellos y vi a mi profesora de universidad atrás mío que me decía con un tono socarrón: Ya ve Fernández, tarde o temprano tenía que hacerme caso, ahora el segundo paso es tomarse un foto tamaño carné y adjuntarla en su curriculum.
De pronto la voz del estilista termina con mis cavilaciones: Listo, ya esta, quedó regio, atisbe mi reflejo en ese espejo reluciente y la imagen que regresó a mi fue devastadora, parecía un chiquillo escolar, de mi cabellera no quedaba nada, había sido reducida a escombros por el actuar vehemente de esas tijeras inescrupulosas.
Derrotado salí del lugar, caminando de regreso a casa vi a dos señoras de avanzada edad, escuché que una le decía a otra, que lucía una túnica morada y un crucifijo en el pecho: el hábito no hace al monje.
Puede que tenga razón pensé.

1 comentario:

  1. una moraleja para tu libro! "NUNCA CAMBIES UN LOOK ROCK X UNO EMO!"


    Dr. Vargas

    ResponderEliminar

¿qué opinas al respecto?