miércoles, 8 de septiembre de 2010

AFIEBRADAS BAJEZAS

Extracto de la primera novela de Julio Fernández M.

Llego a casa tras un largo día en la universidad. Me saco las gafas oscuras que siempre me acompañan a todos lados y las pongo en la mesa del comedor junto con las llaves y mi billetera. Trato de despojarme de todo, incluso hasta de la ropa, es la ventaja de vivir solo: puedes andar calato por toda la casa. Entro a la cocina y me sirvo un bocadillo a la volada, unos emparedados de jamón y queso, los cuales serán mi almuerzo: es lo malo de vivir solo y no saber cocinar, comes mal, pasas hambre.

Veo un poco de televisión y mientras paso los canales, agradezco al cielo por tener cable y poder capear la infame televisión peruana que sólo me recuerda la miseria de esta ciudad, su oscurantismo, el cual, como siempre, me hace terminar renegando de vivir aquí.

Pongo Los Simpson y me quedo viéndolos un rato, riéndome de las situaciones hilarantes y satíricas que anegan la serie, y distrayéndome un poco del día cagón y aburrido que tuve hoy en la universidad.

Rato después, camino hacia la sala y me arrellano en el sillón, prendo la laptop que me regalaron el año pasado, cuando cumplí veintitrés, y me dispongo a continuar escribiendo la novela que empecé meses atrás, cuando me convencí de que podía ser un escritor a pesar de todo -a pesar de las críticas, de los comentarios reprobatorios, de la probable vida austera que esto acarree, a pesar de que estoy estudiando para dedicarme a otra cosa-, y me aventuré a hacer un relato alegórico que ahora le da sentido a mi vida.

Estoy así, recostado sobre el sillón de cuero, escribiendo como un orate, tecleando fervientemente, cuando de pronto distingo voces y risotadas que vienen desde la calle, son murmullos de mujeres, de féminas jóvenes y con bonita voz, lo cual me hace pararme de un respingo.

Me asomo por la ventana, estoy en el cuarto piso de un edificio con vista a un parque, parque que ahora alberga a tres chicas lindas que se ríen y conversan sentadas en una de las bancas. Puedo verlas claramente, puedo oírlas con nitidez, la banca donde están sentadas está casi bajo mi edificio. Me agazapo entre las cortinas y voy escudriñando a las chicas una por una, milimétricamente, haciéndoles una inspección minuciosa, detectando sus mejores atributos, pervirtiéndome con lo mejor de cada una.

Las chicas lindas de la banca no advierten que están siendo fisgoneadas por un palomilla de ventana, no se dan cuenta que las miro y que las deseo, o al menos no lo hacen los primeros cinco minutos, hasta que una de ellas, una que está vestida toda de azul y lleva una minifalda de infarto, vuelve la mirada y se encuentra con mis ojos acezantes y deseosos.

Al verme descubierto, me retraigo y me escondo íntegramente tras las cortinas, esperando que las chicas comenten lo sucedido y se marchen a toda prisa. Sin embargo, no escucho alboroto, no oigo que la chica de azul les haya ido con el chisme a sus amigas. Quizá no me vio, pienso, quizá fue una idea mía. Así que, nuevamente, me agazapo entre las cortinas y vuelvo a otearlas. Esta vez, noto que la joven de azul dirige la mirada varias veces hacia mi ventana, pero claro, yo ahora me he asegurado de camuflarme bien, por lo que ella sólo debe estar viendo una cortina azul un poco arrugada.

Mientras le devuelvo la mirada, noto que ella está sonriendo, que mira a mi ventana y coquetea y hace mohines pícaros. Eso me excita, eso hace que se me pare.

La chica de azul juega con su cabello, se acomoda los pechos generosos y redondos escondidos en su suéter color cielo, y luego atisba mi ventana con un rictus provocador, sabiendo que alguien la observa y encantada por eso mismo. Y mientras tanto yo me estoy haciendo una paja con su linda cara, con su inmejorable actitud.

Minutos después, las tres se ponen de pie, hablan un par de cosas y se marchan, abandonan la banca junto a mi edificio y la chica de azul lanza una última mirada a mi casa, justo antes de doblar en una esquina. Yo las veo perderse y luego caigo rendido en el sillón de cuero con una sonrisa ladina, con la clara idea de que en esta ciudad puede ser muy difícil ser un escritor, pero es muy fácil ser un pervertido.
*De venta en librerías, también descargala gratis en el link:
www.lulu.com/content/9269052

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